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Madrid se le entregó como Morante se entregó para homenajear al torero de Madrid: Antonio Chenel “Antoñete”.
En otras ocasiones en este mismo espacio me he referido a Carlos Miguel Velasco Ruedas quien en la década de los 70” ingresó al equipo de Cronistas Taurinos en el Grupo Modelo bajo el mando de Don Juan Francisco R. Valdivia de feliz memoria.
Durante muchos años Carlos Miguel ha viajado a presenciar la Feria de Sevilla a partir de la tradicional Corrida de la Resurrección y también se da un tiempo para acudir a la Feria de San Miguel en el mes de septiembre.
Ya se imaginarán estimados amigos taurinos y lectores como se encuentra Carlos Miguel luego del intempestivo adiós de “Morante de la Puebla” el día de ayer en la plaza de Las Ventas del Espíritu Santo en Madrid.
Ayer mismo por la noche sostuve una larga charla telefónica con Carlos Miguel quien radica en la capital del país se estableció la invitación de un servidor y la aceptación de él para escribir este lunes en la columna taurina semanal del diario IMAGEN, el Periódico de los zacatecanos.
¡Gracias Carlos Miguel y a disfrutar enseguida de su prosa taurina!
La noche del 26 de abril del 2023, en todos los rincones de una Sevilla plena de feria, había una sola pregunta: ¿y ahora, que?…
Y es que apenas dos o tres horas antes, José Antonio Morante de la Puebla -Camacho por segundo apellido-, había hecho despertar a una Maestranza que en 52 años no había vivido el corte de un rabo, premio máximo a una faena que, para la exigencia andaluza, debía ser simplemente perfecta.
¿El “y ahora… qué?” era la pregunta de todos, porque aquella faena de Morante al toro “Ligerito” de Domingo Hernández -que estructuró con 16 lances de recibo, 11 de brega, 6 por tafalleras e igual número de gaoneras y 63 muletazos por ambas manos y remates diversos culminando con una estocada entera al volapié- era la imagen no sólo de la perfección, sino de la cumbre del toreo como en su momento fueron las de Joselito el Gallo cuando le dieron en 1915 la primer oreja concedida en el albero, o Juan Belmonte con el primer rabo en 1919.
No pocos comentaron que se acababa una parte de la fiesta… que no habría nada que pudiera superar aquella tarde a Morante… pero todos coincidían en algo: sólo Morante podría superar a Morante.
En 2024 Y 2025 el peso de la fiesta cayó en los hombros de José Antonio. No era algo fácil: retirado Juli, Morante se convertía en el eje de todas las ferias… y eso pesaba mucho, tanto así que, en el verano, anunció que no torearía, que dejaba los contratos firmados sin cumplir y que retiraba del toreo. De nueva cuenta, el fantasma del trastorno disociativo regresó… a la desconexión entre su cuerpo y sus emociones le siguió la amnesia y el tratamiento fueron electroshocks hasta que casi al final de la temporada, regresó a los ruedos.
Pero fue a partir de entonces, cuando Morante de la Puebla fue otro… inédito, capaz de llegar al fondo del sentimiento de todos los taurinos; con la suficiencia para renacer la capacidad de asombro en cualquier público y, sobre todo, poderoso lidiador que embrujaba a los toros para someterlos en su capa o muleta toreando lo mismo a la antigua que a la usanza moderna… en suma: el arte hecho torero.
Este año abrió las puertas grandes que anhelaba y que no imaginaba. La tarde de Madrid al término de San Isidro fue la primera y más rotunda que pudo tener. Y de ahí siguieron muchas, tantas que además llevaron a una pléyade de aficionados jóvenes a sumergirse en el toreo llevando en volandas al de la Puebla hasta los hoteles donde se vestía de torero.
Ha sido el año más rotuno de torero alguno. Desconozco si el propio José el Gallo -inspiración de Morante-, vivió algo así o si Belmonte -a cuya casa en Gómez Cardeña asiste José Antonio a reencontrarse-, fue así de rotundo, supongo que sí porque a su rivalidad le bautizaron como la “época de oro del toreo” …
Morante necesitaba encontrarse en cuerpo y alma antes de cada corrida y no era tan fácil… comenzaron los momentos difíciles, aquellos en que un toro le echaba mano y hasta uno lo hirió en Pontevedra el pasado 11 de agosto. Y es que a donde llegaba, por donde caminaba y en donde estaba, arribaba, transitaba y se colocaba el cetro del toreo, la tiara papal que muchos aficionados le ciñeron o, en pocas palabras, la más icónica figura de una fiesta que dejó de estar agonizante y se convirtió en la más vívida expresión de un arte que reta a la muerte.
Sin embargo, la gloria tiene un precio. Y los propios Dioses en el Olimpo lo debieron pagar según la mitología que ayer se presentó en Madrid.
Dudo que Morante tuviera pensando el retiro… que hubiera atisbado que sería su última mañana y tarde como matador de alternativa, que dejaría la fiesta en la que, junto a Juan Carlos, su más que primo, anhelaban desde niños cuando jugaban al toro en la Puebla del Rio.
Ayer, Madrid se le entregó como Morante se entregó para homenajear al torero de Madrid: Antonio Chenel “Antoñete”.
En su honra costeó la estatua que a partir del sábado 11 de octubre está frente a la entrada de Las Ventas y en su recuerdo vistió de Chenel y Oro -lavanda- y oro en la corrida de la Hispanidad. Y fue ahí, en el segundo de su lote, cuando Morante ofició en la capa hasta que Tripulante de Garcigrande, -de la misma rama de aquel Ligerito de similar casa que es la de Domingo Hernández, le echó mano dejándolo tendido en el ruedo, inmóvil, hasta que recobró paso a paso el movimiento…
La faena fue grande, llena de estos detalles y arte que prodiga Morante y la estocada fulminante, tanto así que por ella sola merecía la oreja que al final fueron dos, por que el público quería sacar en volandas a su torero.
Y he allí que Morante se fue a los medios para quitarse por sí mismo el añadido y decirle adiós a lo que fue su vocación desde que tuvo uso de razón. Nadie podía creerlo… se iba el más grande sin campaña de despedida, sin llevarse el dinero de corridas del adiós, sin manchar la profesión que, en él, será siempre sino de vida.
¿Por qué se fue?… sólo él lo sabe. Quizá porque se sentía descubierto y presa de los toros; quizá porque le pesaba ser la máxima referencia del toreo; quizá porque en sus hombros recaía el peso de la fiesta… quizá porque estaba ya rebosante de todo lo que quiso hacer… sí, esa puede ser la razón: quizá porque habiendo hecho todo, Morante se dio cuenta que ni el propio Morante podía asegurar otro año como éste… quizá porque el “y ahora… qué”, fue una pregunta que ya no tuvo respuesta en su mente… Morante nos deja en una orfandad sin que podamos saber qué le hicimos para que determinara que ya no merecíamos verle en la plaza.
Morante se fue … ahí queda la historia, esa que no se puede continuar, aunque si admite que alguien, escriba una nueva a inspiración de ésta.
Se fue Morante… y se fue el arte, convertido en torero.