

Zaira Ivonne Villagrana Escareño.
Más allá de los cañones y la pólvora, la Revolución en Zacatecas fue una historia de dignidad popular.
Zaira Ivonne Villagrana Escareño
Zacatecas fue uno de los escenarios más decisivos de la Revolución Mexicana. En estas tierras, el 23 de junio de 1914, se libró una de las batallas más sangrientas y simbólicas de nuestra historia: la Batalla de Zacatecas. Aquella victoria del ejército revolucionario encabezado por Pancho Villa marcó el inicio del fin del porfiriato y el principio de un nuevo país.
Pero más allá de los cañones y la pólvora, la Revolución en Zacatecas fue una historia de dignidad popular. Fue el grito de los campesinos cansados del abuso, de las mujeres que escondían esperanza entre el miedo, de los jóvenes que creyeron que el cambio sí era posible. La Revolución nació de una herida, pero también de una fe: la fe en que un pueblo puede reinventarse.
Más de un siglo después, Zacatecas vuelve a estar en un punto de quiebre. No hay fusiles, pero hay miedo. No hay ejércitos, pero hay comunidades fracturadas. No hay batallas en el Cerro de la Bufa, pero hay batallas internas que se libran todos los días: contra la violencia, la desigualdad, la apatía y la desesperanza.
Hoy pareciera que aquel fuego revolucionario se ha convertido en cansancio. Que el orgullo de un pueblo luchador se ha ido apagando entre la frustración y la desconfianza. Pero la historia de Zacatecas no es una historia de derrota, sino de resistencia.
Cada vez que una madre lucha por sacar adelante a sus hijos, cada vez que un maestro sigue enseñando con vocación, cada vez que un joven decide quedarse y creer, se enciende una chispa del espíritu revolucionario que aún nos habita.
La verdadera revolución de nuestro tiempo no está en las armas, sino en la conciencia. En atrevernos a mirarnos de frente como sociedad y reconocer lo que hemos perdido: el sentido de comunidad, la confianza, el compromiso de construir juntas y juntos.
Zacatecas necesita un nuevo pacto, no de poder, sino de propósito. Una revolución silenciosa pero profunda: la del respeto, la del trabajo digno, la de la reconciliación social.
Hoy, Zacatecas no necesita caudillos: necesita conciencia. No necesita más discursos: necesita decisión. Y no requiere volver a tomar las armas, sino volver a tomar la palabra, la responsabilidad y el futuro.
Porque esta tierra no fue cuna de cobardes. Fue, es y volverá a ser, si así lo decidimos, la cuna de la dignidad y de la transformación.