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Opinión

Debo decirlo… Desestabilización, una estrategia de antaño…

Debo decirlo… Desestabilización, una estrategia de antaño…

Jaime Casas Madero

Las declaraciones de Donald Trump se producen en el marco de tensiones diplomáticas con Colombia y Venezuela.

Jaime Casas Madero
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18 de noviembre 2025

Lo que hemos visto en días recientes en nuestro país, Colombia y Venezuela no son estrategias casuales o de coyuntura geopolítica, son estrategias perfectamente bien diseñadas en el concierto de la estrategia política de la región de los Estados Unidos de Norteamérica.

Donald Trump volvió a encender el debate con una declaración hecha para provocar: dijo estar dispuesto a autorizar acciones militares dentro de México para combatir al narcotráfico, asegurando que hará “lo necesario para detener las drogas”, incluso si eso implica mandar tropas. No es solo una frase más; forma parte de un estilo que ya está generando una crisis en América, porque cada vez que Trump abre un nuevo frente, el resto del continente vuelve a tensarse.

Sus declaraciones se producen en el marco de tensiones diplomáticas con Colombia y Venezuela, a quienes acusa de ser países que se encuentran vinculados a grupos de la delincuencia organizada o que introducen drogas a Estados Unidos de Norteamérica, recordemos que durante algún tiempo, ese país justificaba sus intervenciones militares en el mundo tomando como pretexto el terrorismo y de ello, hay una larga lista de intervenciones militares, que con el tiempo dieron cuenta de un realidad diametralmente distinta.

En nuestro país hay voces de la oposición que piden y promueven la idea de una intervención militar de Estados Unidos y Sí, es verdad, la situación de seguridad en el país es crítica, y nadie puede negar que la violencia se ha vuelto parte del día a día. Exigir resultados es necesario. Pero una cosa es reclamar respuestas, y otra muy distinta es abrir la puerta a tropas extranjeras.

Quienes defienden esta posibilidad suelen imaginar una operación militar limpia, rápida y precisa, casi como si fuera un episodio de televisión: entran, eliminan objetivos y se van. Pero la historia reciente de Estados Unidos en el extranjero muestra que nunca es así. Irak, Afganistán, Siria, Libia… todas esas intervenciones empezaron con promesas claras y tiempos limitados, y ninguna terminó como se esperaba.

Una intervención militar es desordenada por naturaleza. Trae daños colaterales, errores, tensiones diplomáticas y secuelas que duran años. Pensar que México sería la excepción es ignorar décadas de evidencia. Y sobre todo, es olvidar que Trump utiliza estas amenazas no como soluciones reales, sino como parte de su narrativa política, una narrativa que ya presiona, divide y desestabiliza a toda la región.

Pedir una intervención tampoco es solicitar ayuda técnica. Es ceder control. El día que tropas extranjeras operen en México, las decisiones sobre métodos, límites y prioridades dejarían de estar en manos mexicanas. Y recuperar ese control no es tan fácil como agradecer la colaboración y despedirse. Los países rara vez devuelven la autoridad que les entregas voluntariamente.

Además, detrás de estas declaraciones no están quienes vivirían sus consecuencias. La población que ya enfrenta violencia sería la misma que cargaría con los riesgos de una intervención. Las comunidades, las familias, los negocios locales… ellos estarían en medio del fuego, no los políticos que lanzan frases para ganar atención, solo basta con ver el trato que el ICE da a los migrantes en aquel país.

Es totalmente válido exigir seguridad. Es urgente exigir cambios y mejores resultados. Pero confundir desesperación con estrategia es peligroso. La intervención extranjera no resuelve un país: lo fractura, lo complica y deja heridas profundas. Antes de repetir la idea de que “que entren y ya”, hay que entender lo que realmente significa.

Porque una intervención no es una solución. Es una renuncia. Y una renuncia cuesta mucho, más de lo que cualquier discurso puede admitir, especialmente cuando proviene de un líder que hoy está generando una crisis y desestabilización continental con cada palabra que pronuncia.

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