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Opinión

Veremundo Carrillo, en vida (parte 2)

Veremundo Carrillo, en vida (parte 2)

En 1994 conocí y fui alumno del poeta de Achimec de Arriba. Mi identificación con él fue casi instantánea: él ama la historia y la lengua de Roma.

Simitrio Quezada
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6 de noviembre 2025

Cuando era sacerdote, el poeta zacatecano Veremundo Carrillo llegó como vicario a Jalpa, en el sur de su estado. Se cuadró ante el Señor de Jalpa, “gambusino y cristero”, y le dijo “vengo a saber el modo, / vengo a aprender la hazaña / de barrenar a un tiempo / una veta de sombra y una veta de gracia”. Después Veremundo estudió el doctorado en Letras Clásicas en el viejo continente, en Salamanca. A su regreso, como sacerdote marcadamente talentoso, cosechó más envidias entre algunos compañeros.

La voz y actividad del sacerdote Veremundo eran murmullo de chicharra entre el calor de la injusticia social en el estado de Zacatecas. Como profesor universitario, como sacerdote sintonizado con el espíritu del Concilio Vaticano II, resultaba incómodo para varios religiosos zacatecanos. El poeta nacido en Achimec de Arriba se movía entre la notabilidad cosechada y cierta degradación impuesta subrepticiamente para atemperarlo… Resulta repulsivo un ajetreo de tales dimensiones y caóticos ritmos.

En Jerez, tierra de poesía, Veremundo conoció a Rosario, y calló. Prosiguió partiéndose los brazos entre zarzas y espinos de la política interna de sotanas locales; prosiguió buscando un mejor Zacatecas desde el púlpito que se le prestaba.

Años después, no pudo más e inició la nueva etapa. Con madurez abandonó el sacerdocio, volteó a su lado y allí estaba Rosario, dispuesta a apoyarlo más que nunca. El talentoso hombre se convirtió entonces, ante los ojos de sus ex compañeros, en un “poeta traidor de Dios”.

En 1994 conocí y fui alumno del poeta de Achimec de Arriba. Mi identificación con él fue casi instantánea: él ama la historia y la lengua de Roma, no guarda rencor a la Iglesia ni a los ministros de culto que pudieron difamarlo, adora educar y escribir poesía.

Recibí cada una de sus clases con aprecio, admiración y gratitud, en la última etapa de la época de oro de los profesores de Humanidades en la UAZ (fueron los tiempos y maestros más cultos; no volverán a esas aulas). Después, la vida lo pondría al menos tres veces como juez de mis textos literarios en concursos.

Sé que algunos que asumen mal la vanguardia literaria han llegado a considerarlo poeta anticuado, neoclásico o muy solemne. Lo han juzgado con ligereza. Se les ha hecho fácil menospreciar tanto a la métrica como a los virtuosos que la dominaban. Sé que consideran a mi maestro Veremundo un exponente de una época literaria muerta. Los juicios que emiten en medio de sus poses los condenan a continuar errando en su escritura, tan sobrada de experimentos y tan falta de cabalidad.

Hoy vuelvo a cuadrarme ante Veremundo Carrillo, con quien tengo el placer de coincidir todavía en vida, y regresarle los versos que escribió en la tierra y en la misma calle (Obregón) que me vio nacer: “vengo a saber el modo, / vengo a aprender la hazaña / de barrenar a un tiempo / una veta de sombra y una veta de gracia”.

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