Vacunas ¿cómo y cuándo?

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

En México hemos empezado a hacer cola para vacunarnos contra el coronavirus, pero no se ha puesto a los mexicanos más vulnerables en la línea de vacunación. Al contrario de lo que dicen la ética, la Organización Mundial de la Salud y de lo que se ha practicado en todos los otros países de la … Leer más

En México hemos empezado a hacer cola para vacunarnos contra el coronavirus, pero no se ha puesto a los mexicanos más vulnerables en la línea de vacunación.

Al contrario de lo que dicen la ética, la Organización Mundial de la Salud y de lo que se ha practicado en todos los otros países de la OCDE y al contrario de lo que ocurre en la mayor parte del mundo civilizado, se ha disimulado la elegibilidad para todos los trabajadores de la primera línea de atención de la epidemia y a las personas con condiciones médicas de alto riesgo, y se basa el acceso a la vacuna únicamente en función de la edad. En México, por ejemplo, un hombre sano de 60 años que trabaja desde casa será elegible para la vacunación, mientras que una enfermera de 55 años con diabetes o una empleada de la limpieza en un hospital de 44, obesa e hipertensa y que vive en una comunidad con alta incidencia de casos de Civid-19 serán rechazadas.

Esto no tiene sentido. La distribución de un bien que puede resultar vital sólo por edad no es ética, probablemente es ilegal y es, sin duda, mala política de salud. También depone la responsabilidad del gobierno de buscar la equidad y tender la mano proactivamente a las personas de alto riesgo a cambio del espejismo de una pretendida neutralidad de valores. En este caso, la simplicidad y la velocidad son valiosas, pero la equidad y la justicia no pueden ser puestas a un lado.

Posiblemente habrá quienes quieran afirmar que basar la asignación de vacunas solo en razón de la edad salvará la mayor cantidad de vidas. No es cierto. El riesgo de mortalidad por Covid-19 ajustado por edad para quienes viven algunas discapacidades, como el síndrome de Down, es hasta 10 veces mayor que para la población general. Dolorosamente, para los mexicanos que viven en los Estados Unidos es hasta dos veces y media más alto en comparación con los habitantes blancos de la misma edad y debido a la epidemia los nativos americanos de 40 a 49 años sufrieron tasas de mortalidad del doble que las de los estadounidenses blancos una década mayor. Incluso antes de que se considere la equidad, tomar en cuenta los factores de riesgo ya identificados además de la edad salvará más vidas que ignorarlos.

Las políticas de sólo edad también afianzan las disparidades. Los habitantes más pobres del mundo han muerto más a menudo y a menor edad debido a este nuevo coronavirus. Son también más propensos a ser trabajadores de primera línea y a tener condiciones médicas de alto riesgo. Por eso, debe considerarse que no significa lo mismo que, mientras la Ciudad de México tiene en promedio a la población más envejecida y en Nuevo León los mayores de 65 años sumaban el 6% en el año 2010, en Chiapas, uno de los 3 estados con mayores índices de pobreza y desigualdad, este porcentaje suma el 7.3 por ciento.

La priorización puramente basada en la edad también es incompatible con los valores humanos. En las encuestas de opinión pública llevadas a cabo en el mundo, los encuestados apoyan priorizar a las personas de cualquier edad con condiciones médicas de alto riesgo y a las comunidades minoritarias golpeadas por la pandemia. A los encuestados les importa salvar el mayor número de vidas, pero hacen hincapié en proteger a los trabajadores de primera línea tanto o más que a los mayores de edad.

Y las nuevas evidencias médicas debilitan aún más el argumento de las políticas de asignación de vacunas basada sólo en edad. Las vacunas reducen la transmisión del coronavirus, por lo que administrarlas a personas en entornos de alta transmisión también protege a otros. Algunos estudios sugieren que las mutaciones virales son más probables cuando se infectan las personas no vacunadas que están inmunodeprimidas, lo que apoya la vacunación prioritaria, por ejemplo, de jóvenes receptores de trasplante de órganos.

Al vacunar, el estado debe llegar proactivamente a las personas de alto riesgo, evitando la verificación que consume mucho tiempo en los sitios de vacunación, el proselitismo, el fraude y la trampa.




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