Una tierra nueva es posible

Sigifredo Noriega Barceló.
Sigifredo Noriega Barceló.

La pandemia, con su secuencia y consecuencias, ha ocupado la mayor parte del tiempo y preocupaciones de ‘casi’ todos durante los últimos meses. Otros temas y necesidades  emergentes sólo han pasado a segundo término; ahí están, esperando mejores tiempos. Una de las preocupaciones más sentidas por la generación actual es el medio ambiente y el … Leer más

La pandemia, con su secuencia y consecuencias, ha ocupado la mayor parte del tiempo y preocupaciones de ‘casi’ todos durante los últimos meses. Otros temas y necesidades  emergentes sólo han pasado a segundo término; ahí están, esperando mejores tiempos. Una de las preocupaciones más sentidas por la generación actual es el medio ambiente y el cuidado de la casa común. La solución esperada –al igual que en el covid 19-  no es encontrar una nueva vacuna sino un cambio profundo de actitudes, la conversión del corazón.

¿Qué podemos aportar desde nuestra fe en Jesucristo? La degradación, el desgaste y la frecuente perversión de la naturaleza son realidades con las que tenemos que lidiar cada día. Nos urge ir a las causas y poner los remedios necesarios con inteligencia, decisión y oportunidad. El cambio de actitud ante los bienes comunes es indispensable. Nuestro mundo necesita un decidido Juan Bautista que predique un bautismo de conversión.

“Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia” escuchamos el segundo domingo de Adviento. El texto se refiere al horizonte final y definitivo de la vida del cristiano y la forma de alcanzarlo: la práctica permanente de la justicia. Con un lenguaje apocalíptico el autor sagrado llama a la responsabilidad solidaria ante la espera del “día del Señor”. Ante esta realidad ineludible no se valen especulaciones, escepticismos, cálculos egoístas, descuidos, omisiones… la fatal indiferencia. Sólo aplica la espera activa.

“… En que habite la justicia”, dice la carta de san Pedro. Se refiere a la justicia humana y a la justicia de Dios: responsabilidad, gracia y promesa. La creación del “cielo nuevo y la tierra nueva” corresponde a Dios, el Justo por excelencia. Lo hace/hará en el momento oportuno de la historia de salvación. Dios es fiel y cumplirá su promesa. A nosotros toca la espera comprometida que tiene como estilo de vida la justicia en espera del día definitivo.

Juan, el Bautista, invita a entrar en la dinámica de la conversión en la espera del Señor: “Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos… y todos los hombres verán la salvación de Dios”. Es decir, el cielo nuevo y la tierra nueva donde habite la justicia y todos seamos corresponsables en la solución de los problemas que nos aquejan.

Activar la conversión es volver decididamente al Evangelio de Jesucristo y los valores de su Reino. Dios quiere construir con la humanidad una vida más humana, un mundo más justo, una sociedad más sana. Nuestra tarea permanente es dejar que Dios transforme el corazón y habilite los brazos que abracen especialmente a los hermanos que más sufren. Un cielo nuevo y una tierra nueva son posibles y factibles.

Que al encender la segunda vela de la corona de Adviento entremos en la gracia y la dinámica de la conversión. No hay de otra si anhelamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habite la justicia y los justos sean quienes hagan la diferencia.




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