Sentimiento incomprensible

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

A la Mtra. Leticia Estrada Valadez, por su calidad humana. La gran amiga en la infancia fue una niña con la que coincidió, cuando cursaron tercero y cuarto grado de Primaria. En la preadolescencia tuvieron una etapa feliz porque platicaban animadamente mientras caminaban juntas de la casa a la escuela. En ese tiempo ningún escolar … Leer más

A la Mtra. Leticia Estrada Valadez, por su calidad humana.

La gran amiga en la infancia fue una niña con la que coincidió, cuando cursaron tercero y cuarto grado de Primaria. En la preadolescencia tuvieron una etapa feliz porque platicaban animadamente mientras caminaban juntas de la casa a la escuela.

En ese tiempo ningún escolar era llevado por sus padres a la puerta del plantel porque las distancias eran muy cortas, pues en esa ciudad, pequeña cabecera municipal ubicada al pie del Cerro del Fraile, que se había fundado cientos de años atrás con motivo de descubrimiento de minerales, casi toda la gente se conocía y existía un ambiente de confianza entre los pobladores.

La ocupación generalizada de los jefes de familia y jóvenes era el oficio de minero, las madres se ocupaban principalmente de la atención a los hijos en las labores del hogar.

Aunque los días de escuela siempre eran alegres para niñas y niños, los sábados tenían un encanto especial porque era el día de pago para los trabajadores, había que bañarse desde el mediodía, para estar limpios y presentables; con gran regocijo esperaban la llegada de los padres a casa porque, dependiendo de su salario, la mayoría de los vástagos recibía alguna moneda que luego presumían jubilosos a hermanos y amigos diciendo “ya me dieron mi domingo”. Ese dinero lo gastaba cada quien a su libre albedrío. Ocasionalmente podían viajar a ciudad vecina de Matehuala, SLP, después de asistir a misa y en la plaza podían adquirir una nieve o un delicioso licuado.

La vida tuvo un cambio brusco y tal vez trágico en su entrañable amiga, a partir de que cierta mañana no pasó por su casa para ir a clases, tampoco el otro, ni al día siguiente. Esa fue una situación atípica, porque ir a la escuela era lo más importante que tenían que hacer y su vida rondaba en torno a ello… nadie podía tener inasistencia, salvo por alguna esporádica cuestión de emergencia. Fue a buscarla a su casa, presintiendo alguna enfermedad o algo grave. Su madre informó que la niña había huido con su novio, un obrero de la mina, a su incipiente criterio, demasiado grande de edad para ella.

Como ella pertenecía a una familia de diez integrantes y por ser la mayor, tuvo conciencia sobre las pesadas y complejas funciones de una señora de hogar: la preparación de alimentos, el aseo de la casa, la crianza de los hijos, la administración del gasto, la eterna lucha en las cuestiones de salud, nutrición y educación, la complejidad de la relación con familiares, vecinos, etc., no podía creer que aquella niña cargara tanta responsabilidad en tan diminuta edad.

A más de seis décadas Lety tiene en su corazón ese recuerdo doloroso sobre su pequeña amiga. En su consciente quedó grabada la sorpresa, duda, indignación, desacuerdo, … en su cabeza persiste la frase que argumenta la no aceptación del hecho “es una niña”.




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