Reconocimiento a un padre

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Después de una desavenencia familiar a la edad de cuatro años, quedó en custodia de su papá, quedando condenados a vivir solos, en una época donde estas situaciones eran muy mal vistas por el entorno social y así tuvieron que afrontar la vida, en las polvorientas calles de Bustamante, Tamaulipas. Los problemas se agudizaron cuando … Leer más

Después de una desavenencia familiar a la edad de cuatro años, quedó en custodia de su papá, quedando condenados a vivir solos, en una época donde estas situaciones eran muy mal vistas por el entorno social y así tuvieron que afrontar la vida, en las polvorientas calles de Bustamante, Tamaulipas.

Los problemas se agudizaron cuando el pequeño llegó a la edad de ingresar a la Escuela Primaria, prescindiendo de la instrucción Preescolar.

Los niños,  por su natural desconocimiento de los cánones o convencionalismos sociales son, a juicio de los adultos, imprudentes, francos en exceso e incómodamente hábiles para discriminar. Al ser evidente que su porte era distinto al de sus condiscípulos, su ropa parecía ser lavada y planchada de manera distinta, fue sujeto de estigmatización y señalamientos incisivos.

El autor de sus días, amoroso se esforzaba al máximo para cumplir  en lo esencial, su ser giraba en torno al vástago, renunciando a rehacer sus sentimientos como buscar otra compañera.

En toda época ha de ser muy difícil que una mamá o papá cumpla con los dos roles necesarios en la formación de su familia; eventualmente puede contarse con el apoyo de una abuela u otro pariente. En este caso carecieron de ese apoyo.

Hoy día es quizá sencillo resolver algunas situaciones tan elementales como ir a una tortillería o la tienda de la esquina a comprar un simple kilogramo de tortillas. En la circunstancia de estos dos personajes fue complicado pues tuvieron que aprender a poner nixtamal, lavarlo, llevarlo al molino y tortear la masa, porque muchas ocasiones no pudieron encontrar la disponibilidad de alguna vecina para que les ayudara a hacerlo.

La vida sonríe cuando la adversidad parece ahogar a las personas. Vieron coronado su esfuerzo en el trabajo del campo con dos buenas cosechas. En la primera, las posibilidades económicas permitieron invertir en la adquisición de un terreno urbano para construir una vivienda; en la segunda, cuando el pequeño contaba ya con doce años de edad conoció la comodidad de dormir en una cama; el progenitor alcanzó para comprar un caballo que dejó a cargo del hijo, añorando siempre comodidad para él, a costa de sacrificio propio.

Al trabajar por temporadas pizcando algodón, maíz y otros productos agrícolas fuera de casa, desafortunadamente le retrasó en los estudios terminando la primaria casi siendo quinceañero.

La sociedad machista censura el trabajo doméstico en los varones, pero ellos capitalizaron la oportunidad de desarrollar habilidades que fueron determinantes para resolver con suficiencia éstas y otras necesidades. Son motivo de orgullo, porque a uno le dio la satisfacción (convertida en felicidad) de poder formar al hijo, a otro, porque logró acudir a las escuelas y cursar una carrera alcanzando colocarse en un podio lejano a la mayoría de los de su condición.

Juvencio está agradecido perennemente con su padre y tuvo tiempo de hacerlo patente en vida por muchos años, hasta su fallecimiento.




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