
Diferente autores, diversos temas, para entender quiénes hemos sido en Zacatecas y México.
Recientemente me preguntaron qué libros o autores considero “imprescindibles” para entender quiénes hemos sido en Zacatecas y México.
Lo más antiguo a lo que puedo remontarme es B. Traven y su gran novela “Macario”. Allí hay una muy buena descripción del México virreinal del que venimos: con la importancia de las apariencias y el dominio de las divisiones sociales, el clasismo y el entonces muy difícil arribismo. Además, aparecen allí, muy vívidas, nuestra concepción de la vida y de la muerte, así como la brecha profunda entre las familias con riquezas y las afectadas cotidianamente, en todos sus ámbitos, por la miseria económica.
Todo el sistema de injusticia gestado desde entonces, que sobrevivió incluso al enfrentamiento entre liberales y conservadores en la Reforma, y hasta antes de la Revolución Mexicana, se intuye también en “El resplandor”, del zacatecano tabasquense Mauricio Magdaleno, y “Al filo del agua”, de Agustín Yáñez. Esta última historia se desarrolla en Yahualica, pueblo que refleja en sus costumbres, además de a los alteños de Jalisco, a los del sur zacatecano.
Considero también necesaria la lectura a “Los de abajo”, de Mariano Azuela, obra que comenzó a escribir en un escondrijo de la comunidad El Limón, en Moyahua, y que describe batallas y andanzas en tierras zacatecanas; incluyendo la Toma a Zacatecas, en 1914.
Es indispensable “La feria”, de Juan José Arreola, con sus estampas coloridas como las de los cartones de la lotería mexicana, y las creaciones de Rulfo: “El llano en llamas”, “Pedro Páramo” y “El gallo de oro”. También Martín Luis Guzmán y “La sombra del caudillo”, donde se desnuda la tiranía y el dedazo tras el disfraz del sistema democrático y popular.
Leamos también, de Carlos Fuentes, “La región más transparente”, con buen acercamiento al destello y las sombras del poder político; y, del michoacano José Rubén Romero, “La vida inútil de Pito Pérez”, culmen de la picaresca mexicana. Pasemos después a Tomás Mojarro con el cuentario “Cañón de Juchipila” y la novela “Bramadero”.
Obra ambiciosa y compleja es “Los albañiles”, de Vicente Leñero. Después de releerla, me iría por su novela de parodia “El Evangelio de Lucas Gavilán”, donde adapta la vida de Jesucristo a las condiciones e idiosincrasia del mexicano.
A manera de descanso, leería “Las batallas en el desierto”, de José Emilio Pacheco, y su memorable y memoriosa ensoñación del pasado.
Terminaría con dos estupendas novelas de Enrique Serna: “El miedo a los animales”, donde el clasismo mexicano persiste, ahora mostrado en el ámbito intelectual, y “El vendedor de silencio”, para entender mejor las relaciones, en este país, entre el poder y los medios de comunicación.
Colofón: En cuanto a poesía, sugiero tener a la mano a López Velarde, Roberto Cabral del Hoyo y Veremundo Carrillo.
¡Salud!