Qué hacemos con el tiempo

Gerardo Luna Tumoine.
Gerardo Luna Tumoine.

El tiempo se ha detenido de una extraña manera en nuestro planeta. Casi toda la libertad a la que estábamos acostumbrados desapareció como por arte de magia. En este año y medio, los poderes ideológicos, políticos, económicos, religiosos y militares han sido afectados de varias formas. En medio de esa tribulación, la raza humana se identifica … Leer más

El tiempo se ha detenido de una extraña manera en nuestro planeta. Casi toda la libertad a la que estábamos acostumbrados desapareció como por arte de magia. En este año y medio, los poderes ideológicos, políticos, económicos, religiosos y militares han sido afectados de varias formas. En medio de esa tribulación, la raza humana se identifica de manera consciente e inconsciente con una palabra: la incertidumbre, que significa el desconocimiento al futuro y la impotencia de predecir o controlar los acontecimientos venideros.

Los científicos también siguen confundidos con el origen y el comportamiento del COVID – 19, por lo cual, nos hemos convertido en un laboratorio vivencial para encontrar urgentes respuestas. El confinamiento planetario ha logrado contener los picos de contagio en ciertos países, que, desde el sentido común y la responsabilidad social, prefirieron salvar vidas antes que pensar en la economía y la productividad. Otras naciones no dimensionaron los alcances letales de esta pandemia y pusieron en riesgo la salud de sus conciudadanos.

Tenemos la esperanza puesta en la ciencia, sin embargo, los investigadores y científicos todavía no saben cuál fue el eslabón perdido que creo esta cepa del coronavirus ni tampoco los factores genéticos que determinan si algunas personas sobreviven a los ataques del virus y otras no.

Ser productivos en todo instante, sacar el máximo rendimiento, también, a los momentos de ocio. Varios ensayos abundan en uno de los males del ser humano posmoderno El filósofo Blaise Pascal dijo: “La infelicidad del ser humano se basa solo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación”. Pascal vivió en el siglo XVII y ya la gente andaba obsesionada con hacer algo en vez de no hacer nada. Cuatro siglos después, el ajetreo cotidiano ha aumentado notablemente, apoyado en los avances tecnológicos que colonizan todos los aspectos de nuestra vida. Se da un culto a la productividad, y no solo en el ámbito laboral, sino también en el tiempo llamado “libre”, del que, como se vio en los confinamientos pandémicos, tratamos de sacar el máximo provecho a través de la creación artística, las clases de pilates o el noble oficio de la panadería doméstica. Hubo quien recordó a la ciudadanía que Shakespeare escribió El rey Lear durante una reclusión por peste bubónica. El objetivo general es trabajar más, consumir más, formarnos más o vivir más experiencias de las que luego dar buena cuenta en las redes sociales. El minuto se exprime al máximo y la vida se acorta con respecto a su contenido deseado. Pero la infelicidad de Pascal sigue ahí. “Somos el tiempo que nos queda”, escribió el poeta Caballero Bonald, y, desde el punto de vista del culto a la productividad, lo que produzcamos en ese tiempo, en un contexto de seguridad vital decreciente, será lo que seamos y lo que tengamos, a donde lleguemos.

El ser humano vive en promedio 4,000 mil semanas, cuenta cuantas llevas …




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