Pueblo de muertos en vida (parte 1)

Quien haya leído la novela “Al filo del agua”, del escritor jalisciense Agustín Yáñez, podrá encontrar que el “pueblo de mujeres enlutadas” parece más comunidad de muertos en vida. La historia que relata Yáñez se enmarca en 1908, en los primeros años del siglo XX, en una latitud perdida que no presiente la revolución, “el … Leer más
Quien haya leído la novela “Al filo del agua”, del escritor jalisciense Agustín Yáñez, podrá encontrar que el “pueblo de mujeres enlutadas” parece más comunidad de muertos en vida. La historia que relata Yáñez se enmarca en 1908, en los primeros años del siglo XX, en una latitud perdida que no presiente la revolución, “el agua” que se desatará, chaparrón en toda su furia, como para despertar a esos difuntos que aún respiran.
En efecto, la estructura narrativa a la que echa mano Yáñez favorece el curso de los pensamientos y sentimientos de los habitantes de este pueblo mítico, este pueblo solitario que no tiene nombre, tácito hervidero de pasiones que se intenta reprimir y que descubrimos en toda su amplitud gracias a la exploración de un narrador omnisciente sobre estos “muertos en vida” que son los personajes.
“La muerte sobreviene cuando el alma abandona el cuerpo, aunque esté todavía vivo”, apuntó otro enorme jalisciense, Juan Rulfo, en uno de sus cuadernos; junto con otras frases sueltas que escribía tal vez para la novela que él bien sabía jamás iba a realizar. Es una maravilla que estos dos titanes de la narrativa mexicana posrevolucionaria sean paisanos y vayan por la misma línea: los personajes de Pedro Páramo (1955) se parecen mucho a los de Yáñez, al grado de que bien podemos constatar la misma intransigencia del Padre Islas y el Padre Rentería o el mismo romanticismo idealista de María y Susana San Juan en Al filo del agua y Pedro Páramo, respectivamente.
Se definía al patrón Pedro Páramo como “un odio vivo”. Sin embargo estaba muerto en vida, solo. Tanto los personajes de Yáñez como los de Rulfo trastocan esta dualidad vida/muerte para mantener su soledad sangrante. Recordemos las añoranzas de Susana San Juan en la tumba o de Luis Gonzaga Pérez en su cuarto del manicomio. Una muerta, otro loco, ambos están así porque su vida los ha matado y ahora deben revivirse desde su muerte.
Juan Preciado busca muertos que imagina vivos y no se da cuenta de en qué momento muere él también. Habita una tumba, como los personajes de Al filo del agua; sólo que estos últimos se han construido su gran tumba del tamaño de un pueblo.