Primera ilusión

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado a Alfredo, un buen amigo en la infancia   La noticia fue impactante, produjo mayor ensimismamiento en su carácter, esperanzado anhelaba que fuera sólo un rumor, una mentira de esas que circulan entre la gente que habla mal del prójimo, además no podía ser cierto porque eso sucedía en jóvenes mayores, pero no en … Leer más

Dedicado a Alfredo, un buen amigo en la infancia

 

La noticia fue impactante, produjo mayor ensimismamiento en su carácter, esperanzado anhelaba que fuera sólo un rumor, una mentira de esas que circulan entre la gente que habla mal del prójimo, además no podía ser cierto porque eso sucedía en jóvenes mayores, pero no en chicas que apenas rebasan la infancia.

Se espaciaron las alegres pláticas con sus amigos, con sus compañeros de escuela, sus hermanos.

Hasta llegó a distraerse de sus estudios, lo cual advirtió en un examen parcial, porque todas aquellas preguntas contenidas en la prueba eran ininteligibles, desconocidas totalmente, en esos temas su cabeza estaba en blanco.

“¡Contesta!” le murmuró Gerardo, apurándolo a resolver los cuestionamientos al verlo inactivo, con la vista fija en el pupitre. Apenas escribió su nombre, pero nada más.

“No sé” respondió tímidamente.

Escuchó la maestra y llamó la atención a ambos, colocando su humanidad a media fila, entre los dos.

¡Qué complicado todo aquello! Tan difícil como soportar la presión de seguir en clases cuando él solo quería estar solo. Subirse a la peña de la mina de La Perlita, para sumirse en sus pensamientos.

Le molestaba que en la semana se atravesaran sábado y domingo, porque esos días no podría verla camino a clases. Pasos antes de llegar a la esquina de la calle, él recomponiendo su caminar, porte y actitud para pasar frente a la tienda con pasos firmes, el marco de la puerta se iluminaba con ella, ahí se encontraba siempre bonita, alegre, limpia, bien vestida. Todos los días le miraba ropa distinta. Ansiaba que volteara a verlo pasar. Llegó a aprovechar cuanto mandado le encomendada su madre al mercado, para pasar por ahí.

¿Cómo se llamaría? ¿Lo vería alguna vez?, probablemente sí, pero ¿Lo distinguiría entre los demás niños?

Aquella comunidad tenía más de ocho mil habitantes. Por esa calle pasaban cientos de niños, difícilmente podría fijarse en él, además, siempre portaba aquel uniforme escolar de pantalón gris y camisa azul celeste.

Suponía que era un par de años mayor que él, pero eso acentuaba el atractivo. Se sentía contradictorio, porque las niñas, en general, le parecían antipáticas, insípidas, chismosas, habladores, en particular las de su edad.

Incomodaba pasarle enfrente cargando aquellos librotes de texto de Primaria. Ansiaba ir en compañía de los condiscípulos portando los libros de Secundaria, que eran de menor tamaño, mayor grosor y diferente color, cargando una máquina de escribir en estuche, hablando con aquellas palabras rimbombantes como “Español” y no “Lengua Nacional”, “Matemáticas” en vez de “Aritmética”, “Biología” en lugar de “Estudio de la Naturaleza”, eso sería interesante. ¡Qué ridículo era su lenguaje! el de quinto de Primaria, decía.

Por eso fue doloroso lo que escuchó: “Se la robó un chavo de Saltillo, era casado, sólo la embarazó”.

¡El universo tenía que ponerse en acción!, por lo menos los policías y los soldados deberían perseguir al malhechor… Indolente, el mundo siguió su curso.

 




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