Pandemia y bibliotecas públicas (parte I)

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

La voz que brotaba en el teléfono celular era preocupación destilada. Hablaba el coordinador municipal de Cultura de Juchipila, Jaime Tello, quien recalcaba la vergüenza por la situación que me refería: “La bibliotecaria de San Sebastián no abrió hoy la biblioteca porque se fue al centro de salud. Trae gripe y no sabemos si en … Leer más

La voz que brotaba en el teléfono celular era preocupación destilada. Hablaba el coordinador municipal de Cultura de Juchipila, Jaime Tello, quien recalcaba la vergüenza por la situación que me refería:

“La bibliotecaria de San Sebastián no abrió hoy la biblioteca porque se fue al centro de salud. Trae gripe y no sabemos si en realidad es esta nueva enfermedad del Coronavirus”.

Quedaba hecho: me había contagiado de esa preocupación. Viendo en ese 19 de marzo de 2020 los portales de la presidencia del municipio de Tabasco, adonde había ido ese día para entregar la ludoteca familiar 61, imaginé de pronto a un montón de bibliotecarias enfermas por todo el estado, y en torno a ellas a muchos montones de niñas y niños infectados, y todo por una enorme falta de responsabilidad.

“Cierre ya las bibliotecas de su municipio, Jaime. Ahora me encargo de que su presidente y los demás reciban cuanto antes un oficio que respalde esta determinación necesaria”.

Agradecí y colgué. La siguiente llamada fue directa a la Coordinación Estatal de Bibliotecas.

Cuatro días después, el lunes 23 de marzo del año pasado, cerraron las bibliotecas públicas zacatecanas.

Para quien esto teclea llegó un segundo gran tropiezo, un segundo gran quiebre en la estrategia de reactivación que me planteé a finales de septiembre de 2016.

Llegaban nuevas prioridades: primero, cuidar el puesto laboral de cada bibliotecaria y bibliotecario en los 58 municipios. Más de 460 familias dependían de esa certidumbre.

Segundo, encontrar alternativas para que las bibliotecas se mantuvieran vivas y que entraran a los hogares zacatecanos.

En un período de recuperación posoperatoria pedí a mi bibliotecaria más cercana, en el sur del estado, las llaves del minúsculo salón a su cargo. Obtuve así dos cajas llenas de libros para transmitir clases sobre literatura y promoción de lectura.

En un mediodía me llamó un reportero: “¿Cuántos libros de las bibliotecas zacatecanas están digitalizados y en qué página de internet pueden encontrarse?”, “Ninguno y en ninguna”, contesté. “¿Cómo es posible?”, reclamó. “Con 200 mil pesos como presupuesto anual no es prioridad digitalizar libros. Nadie imaginaba que llegaría esta pandemia. Si hace un año hubiera propuesto digitalizar libros, me habrían acusado de derrochador”.




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