
Gerardo Luna Tumoine.
Como diría el líder de la revolución bolchevique Vladimir Lenin: “Hay décadas donde no pasa nada y hay semanas en las que pasan décadas”. Esta sentencia del revolucionario ruso parece cumplirse en este arranque de década. Muestra de ellos son las tensiones globales aceleradas por la pandemia y materializadas en los conflictos, militares y comerciales, … Leer más
Como diría el líder de la revolución bolchevique Vladimir Lenin: “Hay décadas donde no pasa nada y hay semanas en las que pasan décadas”. Esta sentencia del revolucionario ruso parece cumplirse en este arranque de década. Muestra de ellos son las tensiones globales aceleradas por la pandemia y materializadas en los conflictos, militares y comerciales, de Rusia y China frente a la OTAN o, más precisamente dicho, Estados Unidos y sus aliados. Estos conflictos hacen volver a una pregunta: Si estos dos gigantescos imperios euroasiáticos son Oriente, ¿Qué es Occidente?
La definición de Occidente es un tema central de las disputas culturales e ideológicas actuales, dando la impresión de que éste es un significante vacío, un concepto comodín que contiene todo y nada a la vez, destino semántico similar al de palabras como “patriarcado”, “fascismo” o “pueblo”. Pero creo que Occidente tiene al menos tres pilares fundamentales con las que podemos identificar las culturas que bajo esta denominación se cobijan. Estas tres columnas son: la filosofía griega, la espiritualidad judeocristiana y, motivo de este texto, el derecho romano.
A pesar de las diferencias entre las distintas culturas y naciones que integran este hemisferio, estos tres ejes las hacen orbitar hacia las democracias liberales, por frágiles e imperfectas que éstas sean. La UE, Estados Unidos y una buena parte de América construyen sus estados nacionales a partir de una tradición que puede rastrearse hasta la Ilustración y que generó una batería de derechos naturales específicos.
Una de las formas en que podemos ver claramente la manera en que, estas visiones del mundo mezcladas dieron como resultado Occidente es con el concepto de que todos los hombres somos iguales ante la ley. Esta idea, que hoy en día nos puede parecer obvia, fue totalmente revolucionaria en su momento, y así como todas las revoluciones intelectuales, no fue espontánea, nutriéndose de distintivas ideas hasta tener la forma que vemos ahora. La democracia y filosofía neoplatónica griega, el “todos somos hijos de Dios” católico y la institucionalidad romana configuraron la igualdad ante la ley. Sin alguno de estos núcleos de pensamiento, esta certeza jurídica y civil no existiría tal y como la conocemos.
Los mecanismos que dieron forma a nuestros modelos de organización estatal y social son el resultado de la herencia de las capas conjuntivas del efecto en cadena que fue la conquista militar de los griegos por Roma, de la conquista cultural de ésta por el cristianismo. Esta fusión atómica provocó la configuración de distintas plataformas continentales e imperiales que portaron con orgullo su legado.
Ser ciudadano de occidente implica asumir una visión en que la realidad pública debe ser ordenada bajo la razón, la justicia y la compasión. Esta superestructura se enfrenta a las otras fuerzas ideológicas continentales. A principios de este siglo observamos como la Sharia, o ley islámica, se enfrentó a la versión anglosajona de Occidente. Hoy observamos como el paneslavismo y el confusionismo político chino vuelven a chocar con Occidente en su dialéctica de imperios. Más allá de posicionarse en un bando, es interesante ver las condiciones históricas de las ideas que nos han traído a este momento.