
Es decir: nuestro potencial debe ser leal a sí. No debería desviarse, so pena de terminar justo en el infierno de tamaña gloria.
El filósofo José Ortega y Gasset insiste en que, dentro del destino de cada persona, existen dos grandes dimensiones: por un lado, la vida auténtica; por otro, los “pisos inferiores” de ella (entendiendo por éstos una vida “inauténtica”).
El español escribió: “Podemos perfectamente desertar de nuestro destino más auténtico, pero es para caer prisioneros en los pisos inferiores de nuestro destino”.
Es decir: nuestro potencial debe ser leal a sí. No debería desviarse, so pena de terminar justo en el infierno de tamaña gloria.
Para el pensador, no hay tintas medias. No hay purgatorio. O te cumples o te traicionas. O destacas en la superficie o quedas bajo ella.
Con el riesgo de que se interprete como lugar común o perogrullada, queda claro que cada persona es llamada a ser quien debe ser. Ese “es llamada” puede ser sustituido por “es destinada”. Esto porque busco referirme más a una programación, un perfil determinado, una especie de consigna en la que no se puede ser más que lo que se puede ser.
Y cada persona nace con esta consigna, esta obligación de explotar todo su potencial y ser la parte real de su proyecto.
Recalco: La consecuencia de no realizar eso realizable (valga la redundancia) es yacer en el reverso de tal posibilidad. Dicho con mejor precisión, en su sótano. La consecuencia es yacer muy lastimosamente allí, como para, castigado, otear la grandeza perdida; y también como para que se insista en que aun el perdedor permanece en el mismo mundo (donde él, en la aledaña y vedada área luminosa, debió de haber personificado la gloria).
Qué buena definición de infierno. Los “pisos inferiores” son espacios de remordimiento; conforman la consciencia de que se pudo haber sido y no se prosperó: no hubo voluntad o esfuerzo suficiente.
Esto me recuerda al menos dos elementos. Uno: el refrán peculiar “Al tiempo perdido los santos le lloran”. Dos: una obra teatral existencialista donde un trajeado y dinámico Jesús de Nazareth cuestiona a un señor recién fallecido, a manera de juicio final, por los momentos en que éste se sintió realmente vivo, so pena de quedar para siempre sentado en medio de un limbo.
Paréntesis: Ese drama fue puesto en escena frente a un obispo ultraconservador (que años después terminaría como cardenal integrante del “gabinete” pontificio). Su molestia y su reprimenda a los seminaristas actores y productores fueron mayúsculas. Fui emocionado espectador de lo primero y consternado testigo de lo segundo.
Nuestra autenticidad es, entonces, una virtuosa, personal e incluso íntima obligación. Cada uno de nosotros debe poner todo el empeño en esta elemental obligación moral, aun cuando ni siquiera existiera moralidad alguna. Con esto queda más claro por qué el castigo por el incumplimiento de ser fieles a nosotros mismos —es decir, los “pisos inferiores” de nuestra autenticidad— es ejemplar y merecida consecuencia.