
Parece que el final de la cuesta de enero se hace más pesada a medida que avanzan los días. La información que surge, en tiempo real, acerca de hechos violentos en distintos lugares del país va sembrando preocupación en el ánimo de padres de familia, escuelas, iglesias, gobiernos y sociedad en general. Las crisis existenciales … Leer más
Parece que el final de la cuesta de enero se hace más pesada a medida que avanzan los días. La información que surge, en tiempo real, acerca de hechos violentos en distintos lugares del país va sembrando preocupación en el ánimo de padres de familia, escuelas, iglesias, gobiernos y sociedad en general.
Las crisis existenciales -personales y sociales- deberían provocar reflexiones inteligentes, deseos de solidaridad y colaboración con personas e instituciones para llegar bien librados a la cima de la cuesta. Quisiéramos soluciones mágicas para desafíos que no han aparecido por arte de magia. Necesitamos activar la esperanza con acciones concretas y colaborativas para encontrar una salida plausible que ayude a disminuir los males que nos aquejan y a resolver gradualmente las crisis. Mala señal sería que tratáramos de manipular la esperanza y comerciar políticamente con las promesas.
La Palabra de este domingo, la única capaz de trascender coyunturas e instituciones, proclama que la esperanza activa tiene sentido y es garantía para llegar bien librados hasta el final si está fundada y sostenida en Jesucristo. Contemplemos y adentrémonos en el mensaje de este día:
Los sucesos injustos, violentos y crueles que observamos como actores y espectadores interpelan a nuestra esperanza. Quizás, por estar subiendo con fatiga la cuesta de enero, nos encuentran más sensibles. Pero también puede ser el tiempo oportuno para escuchar ‘hasta el fondo’ el llamado urgente a la conversión. La paz, la solidaridad, la confianza, la responsabilidad, la alegría de vivir y convivir están al alcance de nuestra conversión. El Reino de Dios está tan cerca como nosotros se lo permitamos.
“El Señor es mi luz y mi salvación”, respondemos con el salmo 26.
Los abrazo fraternalmente con mi bendición.