Mi delito… casarme con él

Historias de Lobos.
Historias de Lobos.

La vida familiar violenta es un tema que desgraciadamente no cesa. Hoy en día y aún con todas las campañas para combatirla, sigue estando presente en muchos hogares, dejando consecuencias muy lamentables. La falta de valores, respeto y compromiso hacia la familia conlleva situaciones familiares demasiado complicadas y sobre todo muy dolorosas. En una comunidad … Leer más

La vida familiar violenta es un tema que desgraciadamente no cesa. Hoy en día y aún con todas las campañas para combatirla, sigue estando presente en muchos hogares, dejando consecuencias muy lamentables. La falta de valores, respeto y compromiso hacia la familia conlleva situaciones familiares demasiado complicadas y sobre todo muy dolorosas.

En una comunidad de Fresnillo, una mujer deja a su marido por problemas de alcoholismo y violencia. Lo abandona llevándose consigo a sus tres hijos. Su vida y las de sus hijos se encuentra vulnerable debido a que ella no tiene estudios y su fuente de ingresos es un esposo violento.

Su historia

Este hombre me robó cuando yo tenía 15 años, él tenía 26; me llevó para su rancho.

Mi papá y mis tíos me fueron a buscar, pero las familias acordaron que mejor nos casáramos. Se les hizo mejor, porque él tenía rancho y yo dejaría de ser una carga. Mi mamá me decía que tuviera hijos hombres para que luego me mantuvieran cuando estuviera vieja.

A mí no me dieron estudios mis papás, en la familia se acostumbra que las mujeres no vamos a la escuela nomás los hombres hasta sexto de primaria.

Luego, luego salí embarazada y cuando este hombre supo le dijeron que me tenía que llevar al Centro de Salud. No le gustaba que me fuera a ver un doctor, se molestaba y me empezaba a decir muchas cosas. Le dijeron que me llevarían con una doctora y de esa manera se tranquilizó.

Conforme iba creciendo la ‘panza’, yo sentí que me rechazaba y estaba enojado conmigo. No se me acercaba para nada y me decía que le daba asco.

De ahí se hizo más parrandero, los sábados que mi suegro le daba la raya se iba a las láminas y ya no lo veía hasta el domingo. Me decía que él era hombre y que se iba con las “muchachas” porque yo le daba mucho asco.

Así pasó todo el embarazo y para cuando iba a nacer el niño, no lo encontramos para que me llevara en la troca al hospital, estaba en las láminas. Un vecino de mis suegros nos hizo el favor de llevarnos al regional; para la tarde nomás llegó, se asomó a ver al niño y se fue, no me dijo nada.

Cuando llegamos a la casa al día siguiente me dijo que me fajara porque no me quería ver panzona. Su mamá me fajaba y me ponía unas hierbas para que me deshinchara rápido. De ahí cambió mucho conmigo y me hablaba muy feo.

En las noches me obligaba a estar con él, pero yo no quería porque me sentía todavía mal del parto, como quien dice no se aguantó ni la cuarentena”.

Comenzó la violencia

Siguió yéndose a las láminas, yo le dije que porque lo hacía, que yo ya no estaba panzona y que para eso era su mujer.

Me contestaba cosas muy vulgares, me decía que las viejas de allá si eran viejas y cosas muy feas que hacía con ellas. Yo me agarraba llorando, pero eso lo hacía enojar mucho.

Yo le reclamaba y le decía que él me había dicho que solo iba a tomar y que ahora decía que se metía con ellas. La primera vez que me pegó, fue porque yo no lo dejé salir, le dije que era su casa y que ahí estaba yo y el niño.

Me gritó, me empujó y yo también a él. Nos peleamos muy feo, yo estaba desesperada porque no quería que se fuera para allá.

Después me empujó contra la puerta y se me fue a las patadas. Si no es porque llegó mi suegro y me lo quita, quien sabe que me hubiera hecho. De todas maneras, se largó y no regresó hasta el lunes.

Cuando se iba a tomar y regresaba el mismo día en la madrugada, me obligaba a cumplirle. Era muy violento, me lastimaba mucho.

A veces me obligaba a tomar y me perdía, al día siguiente me sentía muy mal. Eso le empezó a gustar, dejó de ir a las láminas, pero se quedaba conmigo y me ponía a tomar. Hasta le decía a su mamá que cuidara al niño. Mi suegra lo hacía con tal de que no se fuera y no hubiera problemas.

Eso lo estaba obsesionando, porque me daba de tomar mucho. Yo le hacía caso porque le tenía miedo y no quería que me fuera a pegar, pero me daba mucho miedo, yo no sabía de mí, ni lo que me hacía.

Una vez me tuvieron que llevar al hospital, porque no volvía en mí. Me tuvieron con suero y poco a poco fui “recordando”.

Otro embarazo

Volví a quedar embarazada, pero a este hombre esa maña ya no se le quitaba.

Quería que siguiera tomando con él, que mientras se me notaba la panza. Yo le decía que no, que eso le hacía daño al niño. Me decía que no, que seguro ya andaba con otro y de ahí se agarraba.

Así embarazada y todo me agarraba a fajillazos, me pegaba en la cara de cachetadas. Yo no me podía defender y hasta que llegaba mi suegro o mis cuñados se calmaba, pero se largaba. Estuvo así todo el embarazo y yo me la vivía con miedo.

Era como si fueran dos personas en una; en la semana mientras no tomara, era bueno, y hasta jugaba con el niño, pero nada más llegaba el fin de semana y se volvía loco.

Unos trabajadores le dijeron a mi suegro que lo habían visto que se andaba metiendo marihuana y que lo estaba buscando mucho una fulana que trabajaba en una lonchería. De ahí ya no llegaba desde el sábado hasta el domingo en la noche.

Empezamos a tener más problemas porque yo le reclamaba si estaba con esa vieja. Él me decía que sí y que si no me gustaba me podía largar de ahí para meterla a ella.

Yo me aguantaba porque me habían dicho que así son los hombres y que mientras yo fuera la esposa, no le hacía que tuviera otras viejas”.

Los problemas crecieron

“Así pasó el tiempo y yo sabía que andaba con otras, pero luego llegaba a cumplirme y me calmaba. Nació la niña y luego tuvimos otro chamaquito.

En el hospital me dijeron que me operara para que no tuviera más chamacos, pero no les hice caso y me pusieron un dispositivo.

Con este hombre las cosas estaban cada vez peor y regañaba mucho a los niños, de todo les gritaba. Al más grande le pegaba mucho y fue agarrando la botella casi del diario.

Llegaba borracho y recalaba conmigo. Si no le gustaba la comida, o estaba fría o caliente, me la aventaba.

Me agarraba de la nuca para meterme la boca al plato y la probara como estaba de mala.

Una vez me quiso meter la cara a la cacerola que estaba en la lumbre metí las manos y me las quemé con la estufa. Estuve unos días con vendas, casi no podía hacer el quehacer.

Ya de todo estaba molesto, siempre tenía yo la culpa y de la nada me agarraba de las greñas. Me daba la vuelta con las greñas en las manos y me tumbaba al piso. Ahí en el piso me agarraba a patadas.

Los niños estaban chiquillos, se asustaban mucho y se ponían a llorar. Él les decía que para que vieran como se trataba a las viejas”.

Todo se salió de control

“Se me hizo muy difícil ver a mi hijo el grande agarrar la escoba para quitarme a su papá de encima. Me estaba matando porque me tenía bien agarrada del ‘pescuezo’.

Esa vez fue porque la ropa no se había secado, era para tiempo de lluvias, ya se iba a las láminas y buscaba una camisa. Se enojó mucho cuando la vio mojada colgada en los mecates. Se me dejó venir, pero traía una soga y me dio en la espalda, luego me tumbó de las greñas, me insultaba y a los niños también les decía que no eran sus hijos.

El más chiquito se acercó y lo aventó, yo le pegué y fue cuando me agarró del ‘pescuezo’. Mi hijo el más grande le pegó con una escoba, se la quitó y con esa misma le iba a dar. Un trabajador y mi suegro alcanzaron a oír los gritos; cuando le iba a pegar a mi hijo, me metí y me dio en el ‘lomo’.

La escoba se quebró, si le ha dado al niño, yo creo que lo mata. Mi suegro dijo que estaba muy mal. Ellos mismos le hablaron a la preventiva”.

Tuve que dejarlo

“Me fui de ahí, me llevé a mis hijos. En la casa de mis papás no cabemos, pero, aun así, me hicieron un lugar.

Yo tengo que sostener a mis hijos, no sé hacer nada, hasta ahorita mis suegros son los que me ayudan porque mi marido está muy enojado conmigo y me dijo que de él no recibiría nada.

Mi suegro lo corrió de su casa, pero no se ha salido, me dijeron que cuando se fuera yo me regresara para allá con los niños”.

Secuelas

La violencia de pareja es una situación bastante amenazante para las mujeres ya que pone en riesgo su vida y produce severos daños en su salud y en la de sus familiares, en especial la de sus hijos.

Cuando las mujeres se ven obligadas a abandonar su hogar a causa de haber sufrido violencia, generalmente se ven en una grave problemática social y económica, ya que de un momento a otro se encuentran sin un hogar y sin trabajo para poder sostener a sus hijos a parte de tener que superar sus heridas físicas y emocionales en condiciones muy adversas.




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