Madreadas, madreados

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

No estoy seguro de que exista un destino. Acaso me decepcionaría enterarme de que hay un camino trazado, predeterminado para cada humano, y que en realidad cada uno vive en la ilusión de que sí construye su senda en cada jornada. Horóscopos, augures que vuelan, rastros en el café turco, visitas a adivinos son intentos … Leer más

No estoy seguro de que exista un destino. Acaso me decepcionaría enterarme de que hay un camino trazado, predeterminado para cada humano, y que en realidad cada uno vive en la ilusión de que sí construye su senda en cada jornada. Horóscopos, augures que vuelan, rastros en el café turco, visitas a adivinos son intentos de encontrar una seguridad, una certeza o, peor, una esperanza. No creo que exista un destino. Convencido estoy —empero— de que, si existe, no son rectos sus caminos ni perfecta la superficie que lo reviste.

Tantos errores cometemos, a tantas personas fallamos, que constantemente buscamos que quede a flote lo mejor que podemos dar. A querer o no, abusamos de la paciencia de quienes nos aman y nos rodean. Todo porque los senderos por donde nos movemos están, en efecto, llenos de curvas y accidentes. Por eso tropezamos: por eso y por nuestra torpeza. Polvo cósmico, somos también hálito atado a carne.

Mientras muchos insisten en mostrarse íntegros en su constitución, mientras buscan que la imagen mostrada sea en realidad la realidad, lo cierto es que muchos caminamos en un estado de menoscabo: cansados, desvelados, tensos, maltrechos, madreados, con leves cojeras, con enfermedades, con rajadas en pecho y panza… pero caminamos.

“¿Qué es el esqueleto?”, preguntó el profesor. “La muerte que todos llevamos adentro”, contestó una chiquilla. El chiste lleva peso: caminamos rumbo a la muerte, rumbo a esa noche en que de veras valorarán nuestra presencia y acciones; ese día en que de nosotros sí hablarán sólo cosas buenas y callarán las vergonzosas.

Caminamos hacia la muerte y el olvido que se cimentará cuatro o cinco generaciones después de nuestro paso. Sólo quedará lo que dejamos para otros. Sólo quedará, para nuestra posesión, aquello de lo que nos desprendimos.

Es una larga lucha. Y sin embargo es breve. Creemos en nuestra ilusión (somos tan ilusos) de que somos los protagonistas de una gran historia, y puede ser que en realidad seamos párrafo de un capítulo que muchos podrán olvidar… o nunca haber leído.

Madreadas, madreados, de cualquier modo debemos continuar enalteciendo nuestras pocas ángeles virtudes, y manteniendo a raya a nuestros muchos demonios impulsos. Cada uno en su secreta lucha.




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