La paradoja del discurso del poder

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Es paradójico el discurso de quienes aspiran al poder: compuesto por encadenadas declaraciones de altruismo, amor a la entrega más que generosa a los demás, aprecio al servicio público y un desprendimiento mejor cantado que cualquier glosa que se haya conocido a Jesús de Galilea. Cuando se obtiene ese poder puede no tanto cambiar la … Leer más

Es paradójico el discurso de quienes aspiran al poder: compuesto por encadenadas declaraciones de altruismo, amor a la entrega más que generosa a los demás, aprecio al servicio público y un desprendimiento mejor cantado que cualquier glosa que se haya conocido a Jesús de Galilea.

Cuando se obtiene ese poder puede no tanto cambiar la realidad de quien lo asume, sino más bien develarse y develarlo. El poder alcanzado es el anillo de Tolkien: cría que se adueña de quien debe amamantarla, lo poseído controla a su poseedor, lo atrapado atrapa y absorbe todo de quien se cree dueño, lo conquistado disloca la voluntad para que sirva a la preservación de esa conquista. Resulta más caro retener el poder que obtenerlo.

Quien ansía el poder porque en realidad busca servirse debe abanderar un discurso permanente sobre la necesidad de ejercer tal poder para servir a los demás. Mas aun: es posible que exista quien sí busca servir a los otros, pero termina sirviendo con ese poder no a la colectividad ni a él, sino al poder mismo (porque debe hacer sacrificios para conservar lo que tiene).

Algunos descreídos de esta buena voluntad publicitada insisten en que no existe el Comunismo, porque en realidad sólo hay Capitalismo: desde particulares (Capitalismo propiamente) o ejercido desde el Estado (o sea Comunismo).

En la pirámide de Maslow la autorrealización es la cima. No puede negarse a los políticos cumplir su vocación de tener el poder. Ojo: no escribo sobre su vocación de servicio (ubicado en un plazo mediano), sino el efecto inmediato del mando: la potestad sobre presupuesto, personas, privilegios.

Utópico es que el discurso sobre el poder fuera menos fingido: que el aspirante al cargo reconociera que gracias a la obtención de lo ansiado por él espera lo que en una película mexicana se denominó “las delicias del poder”: fama, reconocimiento, afecto, superioridad e incluso oportunidades de negocios o un mejor futuro personal.

Excepciones habrá: la de los pocos que ven la experiencia en el servicio público —forma minúscula de este poder al que me refiero—, la representatividad o la gobernanza como mero servicio al entorno. Habrá quienes, al mantenerse fieles a convicciones y honestidad, no saldrán millonarios del cargo.

Aunque se diga que “cuando está abierto el cajón hasta el más honrado pierde”, algunos pueden preferir ser considerados “…dejos” aunque vencedores de la paradoja del discurso del poder y las tentaciones que éste entraña, porque nuestro entorno merece algo mejor que esta realidad de simulaciones, sueldos y viáticos exorbitantes, abusos e impunidad.

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