

Rafael Sánchez Andrade.
Vincular la investigación con los procesos educativos permite que el conocimiento tenga sentido para quienes aprenden y enseñan.
El acuerdo firmado entre la Secretaría de Educación Pública y la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación (Secihti), conocido como la Declaración de Cuernavaca, abre una conversación necesaria sobre el papel que deben jugar la educación, la ciencia y el conocimiento en el desarrollo del país.
Este acuerdo plantea la posibilidad de repensar cómo se forma a estudiantes, docentes e investigadores para enfrentar los retos sociales, tecnológicos y ambientales del presente.
Desde el ámbito educativo, el acuerdo resulta relevante porque reconoce que la ciencia y la tecnología no pueden mantenerse aisladas de las aulas ni concentradas únicamente en espacios especializados. Vincular la investigación con los procesos educativos permite que el conocimiento tenga sentido para quienes aprenden y enseñan, y que se traduzca en capacidades reales para comprender y transformar el entorno.
En este marco, la labor de la Secihti cobra importancia al impulsar una visión que integra ciencia, humanidades y tecnología como partes de un mismo proceso formativo.
Uno de los aspectos más valiosos de este enfoque es la intención de fomentar el trabajo colaborativo entre universidades, institutos tecnológicos y centros de investigación.
En un país donde existen desigualdades regionales, la cooperación puede ayudar a compartir recursos, experiencias y saberes. Sin embargo, esta colaboración enfrenta desafíos claros: no todas las instituciones parten del mismo punto, muchas carecen de infraestructura suficiente y otras enfrentan déficit presupuestal y cargas administrativas que dificultan la participación efectiva en proyectos conjuntos.
A pesar de ello, comienzan a observarse avances que muestran el potencial de esta nueva etapa. El impulso a infraestructura científica de gran escala, como la supercomputadora pública Coatlicue, amplía las posibilidades de investigación y formación en áreas estratégicas.
Del mismo modo, el fortalecimiento de proyectos educativos con énfasis en ciencia y humanidades abre espacios para formar perfiles más críticos, creativos y comprometidos con su contexto social.
Para que estos esfuerzos tengan un impacto real, es necesario enfrentar problemas de fondo. Uno de los principales es la falta de recursos suficientes y sostenidos para que las iniciativas no se queden en el corto plazo.
También es indispensable establecer objetivos claros y mecanismos sencillos de seguimiento que permitan evaluar qué funciona y qué necesita ajustarse. Sin estos elementos, existe el riesgo de que los acuerdos se queden en buenas intenciones sin resultados visibles.
Otro reto importante es lograr que la investigación se conecte de manera más directa con la experiencia educativa cotidiana. Esto implica acercar a estudiantes y docentes a proyectos reales, fortalecer la formación pedagógica en ciencia y tecnología, y promover aprendizajes basados en la resolución de problemas. Cuando el conocimiento se vive como algo cercano y útil, aumenta el interés por aprender y participar.
La Declaración de Cuernavaca representa una oportunidad para acercar la ciencia y el conocimiento a la educación y a la vida diaria. Su verdadero valor dependerá de la capacidad de transformar los acuerdos en acciones que impacten las aulas, los territorios y las personas, haciendo del aprendizaje y la innovación herramientas accesibles para comprender y mejorar la realidad.