

Una de las inteligencias más importantes es la verbal o lingüística, por la que alguien puede manifestar su discurso coherente, eficaz e incluso, persuasivo.
Dirán muchos que resulta exagerado juzgar a un político exclusivamente por su modo de hablar. Dicha limitante no es, en efecto, algo que determine toda su capacidad; aunque sí resulta bastante sintomática.
Debemos reconocer que en este país vivimos sujetos a un sistema de partidos políticos que generalmente no eligen a los mejores candidatos (no a los más inteligentes, ni a los mejores gestores, ni a los modelos en la sociedad). En todo caso, “palomean” u otorgan sus candidaturas a quienes mejor se prestan a sus intereses en un momento y circunstancia determinados.
De este país rico tan pobre en que los políticos hablan mucho y hacen poco… pasamos ahora a aquél en que para colmo hablan mal y no saben debatir ni contrastar ideas ni replicar planteamientos.
En efecto, lo suyo es más bien recurrir a muchas tarjetas o acordeones hechos por otros, y leerlas con tropiezos y bastante pena ajena. Así lo vemos y escuchamos incluso en sus debates: tanto los electorales como los que esgrimen en cámaras legislativas, entrevistas o conferencias de prensa.
Una de las inteligencias más importantes en el humano es la verbal o lingüística, por la que alguien puede manifestar su discurso no sólo de modo coherente sino también eficaz e incluso, en los mejores casos, persuasivo.
Entre nuestras potencias, destaca también la inteligencia lógica, que nos permite argumentar y contraargumentar. Ella es base necesarísima para un debate. También tenemos la inteligencia interpersonal, para convivir y ser solidario, e intrapersonal, para ser tolerante y trabajar en equipo.
En la realidad, muchas veces los candidatos supuestamente debatientes quedan en el otro extremo para obsequiar un buen catálogo de lo que los estudiosos llaman vicios del lenguaje: redundancias a granel, solecismos que en su mayoría son productos de pésimas lecturas, y barbarismos sobre todo por la invención de verbos que no existen en español.
Lo peor es que, ante esta inteligencia verbal en franca desnutrición, aplauden alternadamente sendos militantes de los partidos políticos.
Con estas deficiencias que pasan a la historia para ver si sus dirigentes o los profesores o los ciudadanos hacemos algo, los políticos reducen la poca credibilidad de la que todavía gozan.
Para colmo, vivimos infestados por una plaga por la que reporteros nocivos se olvidan de los géneros periodísticos y se estacionan mediocremente en lo que podemos llamar “declarología”: “El funcionario declaró, indicó, sostuvo, manifestó, enfatizó, dijo, matizó, expuso, comunicó, dejó en claro, replicó…”. Debido a este subgénero aberrante y el abuso de la grabadora, se hace más fácil que lleguen a nuestros ojos y oídos cómo dijo lo que dijo el político.
Como ciudadano siento vergüenza. Como profesionista que ama a su entidad federativa y su país, siento que no merezco esta pifia de candidatos y políticos que ni saben hablar, ni saben leer, ni representan en modo alguno una mínima parte de mis intereses y los de la comunidad en la que desarrollo mi trabajo docente.
A algunos de estos políticos, funcionarios e incluso reporteros hay que regresarlos a tercer grado de primaria, para que les enseñen otra vez a construir oraciones. Otros deben volver a quinto grado, sobre todo para afinar lectura en voz alta y comprensión lectora. Muy pocos se salvan de quedar registrados en un curso intensivo de oratoria y debate.
No basta, entonces, con tener el poder: también deben buscar los políticos el adiestramiento pertinente.