Juego de Niños

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Los niños son el futuro de la humanidad.

Una vez más es en el mundo de la infancia donde el fanatismo, hoy el islamista, ha golpeado de una manera particularmente innoble y, al golpear a la niñez es a la sociedad del futuro a la que pretende lastimar. No basta con golpear el presente. De hecho, no son los islamistas los únicos fanáticos que están obsesionados con la idea de que la escuela laica puede corromper la pureza ideológica de los niños a los que quieren convertir en soldados de su causa -su revolución, su transformación, según sea la suya-.

Paralelamente, quizás el aspecto más horrible de los pogromos de Hamás en Israel fue el secuestro y asesinato de niños pequeños, el degüello de bebés y mujeres embarazadas. Es difícil contener las lágrimas y, aunque hay una diferencia moral entre el terrorismo de Hamás y la democracia israelí, las fotos de niños palestinos ensangrentados entre escombros o en sus tumbas son igual de insoportables. Si no queremos limitarnos a la emoción, aunque sea absolutamente legítima, debemos entender que también es por la razón que los ataques a la infancia nos parecen ahora, en el sentido literal del término, sacrílegos.

Como dice Luc Ferry, desde el advenimiento en Occidente de la familia moderna basada en el amor, el niño, porque encarna el futuro, -hay que insistir en esta dimensión esencial-, se ha convertido en el siglo 20 en la nueva gran causa sagrada de nuestras sociedades democráticas. Ya no son, como en 1968, la nación de derecha y la revolución de izquierda los focos a partir de los cuales se organizan los grandes temas de la vida política.

Pero a partir de ahora, la sacralización de la infancia obliga: la verdadera cuestión es la del mundo que nosotros, los adultos, asumiremos la responsabilidad de dejar a la humanidad que está por venir, es decir, a nuestros hijos: la cuestión de la transición ecológica (¿será habitable su mundo?), de la educación (¿cómo podemos detener el declive de la escolarización?), de la deuda (¿les vamos a dejar cuentas inmanejables?), de la dilución de nuestros estados de bienestar en la globalización liberal (¿seguirá estando la protección social a la altura de las circunstancias?) y la guerra (¿cómo podemos acabar con ella?).

Esta preocupación por las generaciones futuras no debe observarse como un repliegue a la esfera privada, como piensan espontáneamente los de la generación que me antecede, los que todavía son prisioneros del viejo debate entre los marxistas totalitarios y los demócratas de derecha, sino por el contrario una gran causa colectiva, de hecho, la más grande que existe ya que se trata simplemente del futuro de la humanidad.

Lo novedoso es que este gran plan pasa ahora por los sentimientos personales, por ese amor incondicional que tenemos por los niños que se han convertido en el verdadero objeto del sacrificio posible como, por desgracia, del sacrilegio, y por tanto en lo sagrado. Por ellos estaríamos dispuestos no solo a sacrificar nuestras vidas si es necesario, que es ciertamente el signo de lo sagrado, sino incluso en tiempos de paz, a hacer los esfuerzos que la dureza del mundo venidero requerirá y que serán a todos los niveles, desde la defensa de nuestras libertades y la ecología hasta la economía. Todo simplemente vital. Todo lo que, simplemente, estamos olvidando en Zacatecas.

Me alegra ver que el mensaje está empezando a desperdigarse, que están apareciendo cada vez más artículos, algunos textos, algunos libros que están haciendo de este nuevo modelo de futuro una gran causa no sólo privada, sino pública y política. Esto es, por supuesto, una ruptura radical con las viejas épocas en las que el matrimonio arreglado por los padres y la conveniencia era la regla, pero también es una ruptura con el viejo y anacrónico debate entre los marxistas del sesenta y ocho y los líderes empresariales liberales. Las yemas de los dedos ya están húmedas para pasar la página.

De paso, encontramos lo que la mitología griega tal vez tenía más profundamente claro, a saber, que, sin hijos, sin la sucesión de generaciones, no hay futuro. Es por lo doloroso y aburrido de la “calma olímpica” que Zeus le pide a Prometeo, después de ganar la guerra contra los titanes, que cree mortales para que la vida y la historia puedan regresar al universo.

Es gracias a los niños que el futuro se reintroduce en el cosmos para deleite de los dioses y, a pesar de lo que dicen los defensores de la psicología positiva que constantemente nos invitan a “saborear el momento presente”, un presente sin futuro, desprovisto de toda ambición y de todo proyecto, no es más que aburrimiento y falta de sentido. Y en Zacatecas hoy no tenemos ambición ni proyecto.




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