Vi gente feliz

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

Este pasado viernes cinco de mayo, la Organización Mundial de la Salud declaró el fin de la emergencia sanitaria.

Recientemente tuve un sueño. Me encontré de pronto caminando sin rumbo fijo por una especie de parque muy largo que tenía todo tipo de afluentes: para los que caminan o corren, para los que andan en bicicleta o aún en vehículos motorizados, y hasta para tímidos arroyuelos de agua cristalina. Abundaba la vegetación con árboles de todos tipos y tamaños, ya tupidos de hojas verdes regaladas por una incipiente primavera.

A lo largo de los senderos existían múltiples espacios para el juego y la convivencia; me llegué a encontrar con varios grupos de personas que festejaban algún cumpleaños con comida y música alegre; en pequeños prados había parejas solas o con uno o dos niños pequeños corriendo alrededor de manteles a cuadros, tal como los vemos en esas películas en las que alguien sale a hacer un “picnic”. Y fuera de algún pequeñín que se cruzó por mi camino abrazando con semblante desencajado a una pelota y con el rostro bañado en lágrimas por quién sabe qué razón, todos se encontraban felices. Nadie usaba ya el cubrebocas que, aquí en México, la pandemia del Coronavirus nos impuso hace ya tres casi interminables años.

Este pasado viernes cinco de mayo, la Organización Mundial de la Salud declaró el fin de la emergencia sanitaria. La primera que se expandió al mundo entero en las personas y en los medios de comunicación y en las redes sociales en la historia reciente. Es cierto, en la historia remota no había redes sociales y los medios eran, hasta cierto punto, limitados en su cobertura. Pero lo que está claro es que todos los habitantes de esta casa común estábamos ávidos de dejar los cubrebocas en los autos o en las casas y moríamos por abrazarnos unos a otros y volver a ser los que éramos antes.

Quizás esa fue la razón por la que tuve este sueño. Y en mi sueño, al dejar todo aquello atrás, seguía caminando y parecía haber mucho camino por delante. Y yo no me cansaba. Y esta sensación de que me quedaba todavía mucha energía para continuar adelante me hacía pensar que, aún en los momentos más difíciles de la vida, siempre habría un gran tramo de camino por andar. Y que, si a pesar de que el sendero marcado llegase a mostrar un fin, una señal de “hasta aquí”, yo podría siempre comenzar a abrirme paso por mi propia cuenta, sin que nada ni nadie pudiera llegar a detenerme. Y esto no porque tuviera claro a dónde me dirigía sino porque sencillamente quería seguir andando a pesar de lo que fuera.

Bendita sea la libertad. Y benditas las fuerzas que ella nos da. Bendita porque siempre nos permitirá alejarnos del sendero del bien aunque también siempre nos sugerirá no hacerlo y, cuando marchemos hacia buen puerto nos hará sentir paz y alegría. Desperté y me sentí seguro y feliz, como toda la gente que vi.

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