Sobre la grandeza

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

Pareciera que en el mundo hay una impetuosa carrera hacia el volverse más poderoso sin importar el costo.

Es en la actitud que se adopta con los más débiles en donde se demuestran la verdadera grandeza o mezquindad de una persona. Es fácil codearse con los grandes y, con base en mentiras o altanerías fingir estar a la altura o, aún, ser más grande que ellos. Y luego venir a con los más débiles e indefensos y humillarlos pisoteando sus dignidades para encumbrarse sobre de ellos; es decir, es bien fácil sentarse sobre los hombros del débil para parecer más grande. Es bien fácil ser mezquino.

En contraste, el que se pone de tapete para que otros pasen desde un lado hacia otro mejor es digno de mérito, así se demuestra la verdadera grandeza.

Se vienen a mi mente las memorias de tantos maestros y mentores que llegué a conocer en mi vida y que, estoy seguro, fueron vehículo para cientos de personas de distintas generaciones en su tránsito por la vida. Y que, tal vez, no disfruten de grandes riquezas materiales, pero estoy seguro de que sus corazones se encuentran llenos con la satisfacción de ver triunfar a quienes pasaron por sus vidas no sin recibir una dosis de sus influencias positivas.

Y debo de decir también que me siento afortunado de haber podido olvidar a aquellos que sólo me utilizaron a mi y a otros para presumir su “grandeza” pasándonos por encima.

Pareciera que en el mundo hay una impetuosa carrera hacia el volverse más poderoso sin importar el costo. Y, en esos términos, se ve el apuro de muchos a los que no les importa “llevarse de corbata” a quien sea con tal de no quedarse atrás. Por supuesto que nadie queremos ocupar el último puesto en la carrera de la vida, pero no entiendo el apuro. Yo veo a tantos dispuestos a sacrificar la paz en sus vidas por ganar algo que a veces ya ni saben por qué o para qué. Es decir, me parece que no hay peor miseria en una persona que el perseguir con todas sus fuerzas algo que ya ni sabe para qué lo quiere, pero que lo que quiere es que otros no lo consigan.

La humanidad ha perdido la brújula. No sabe a dónde va pero le urge llegar. Y está dispuesta a pagar un alto precio por ello, además. La sed del poder y la ambición no se sacian con nada y no se sacian nunca. Reflexione usted sobre cuántos se han ido de aquí sin llevarse ni un peso ni el reconocimiento de nadie siendo que lo empeñaron todo en su vida para vivir de forma no sólo desahogada sino hasta llena de todo tipo de excentricidades, atesorando hasta la más mínima migaja, sin reparar en nada ni en nadie.

Y, otra vez, en contraste, note usted cuántos -los menos- pasaron por aquí sólo haciendo el bien, no para sí, sino para todos.

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