Sin cuenta

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

¿Por qué cincuenta? Como que en muchas cuentas nos gusta llevarla de cinco en cinco, o en sus decenas. Y, así, cincuenta años se antojaría como la mitad de la vida.

Llegar a cierta edad debería de ser el inicio de una nueva etapa en la que ya no se cuenten los años. Y, sí, me refiero a los cincuenta -de ahí el título de esta nota-.

¿Por qué cincuenta? Como que en muchas cuentas nos gusta llevarla de cinco en cinco, o en sus decenas. Y, así, cincuenta años se antojaría como la mitad de la vida -no niegue usted que su tirada es pegarle arriba de los cien, ¡por favor!-. De hecho pensé en dar por título a esta nota “reflexiones a la mitad de una vida” porque me pareció interesante hacer ese ejercicio en el supuesto de que yo me encontrase en esas circunstancias.

Primero, valdría la pena reflexionar en qué tanto se hizo por ir más allá de sólo evitar el mal para hacer el bien. Me explico. En la sagrada escritura -el Santo Evangelio, para ser precisos- existen dos pasajes que lo ilustran magistralmente: una, el encuentro de Jesús con el joven rico en que éste se acerca a preguntar a Jesús ‘qué debo hacer para ganar la vida eterna’. La respuesta de Jesús es simple: “cumple los mandamientos” a lo que éste responde: “eso ya lo hago desde la juventud” y, palabras más, palabras menos, Jesús le ofrece este reto: “entonces ve, vende todo lo que tienes, da tu dinero a los pobres y luego ven y sígueme”. El otro pasaje es la parábola de los talentos en la que un rey sale de viaje y deja a tres de sus siervos con cierta cantidad de dinero: dos lo invierten y uno va y lo entierra. A su regreso los dos le devuelven el capital recibido más los intereses y el tercero sólo el capital: no lo malgastó -no hizo mal- pero no lo puso a producir -no hizo el bien-.

Evitar el mal es lo primero. Pero hay algo más alto, más perfecto: hacer el bien. Evitar el mal es quedarse a la mitad del camino de la perfección a la que podemos -y de hecho debemos- de aspirar. Hacer el bien, siempre, es el destino.

Otra reflexión que valdría la pena hacer es si se es feliz, qué tan feliz se es y por qué se es feliz. Y si la respuesta es que se es feliz por todo lo felices que se ha hecho a otros, a los amados, a los cercanos, a los que se ha ido “salpicando” esa felicidad que brota desde dentro de uno mismo hacia afuera -no como esos engaños de “felicidad” efímera que dan las cosas de afuera hacia adentro- entonces creo yo que otra buena parte de la misión se ha cumplido y se puede “palomear” ese pendiente en la lista.

Hay un par de cosas –éstas- de qué ocuparnos en 2024. ¿Cómo ve? ¿Empezamos?

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