Orar

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

Generalmente el orar aparenta ser un diálogo de una sola vía, o un monólogo, para acabar pronto. Y esto porque el ser supremo no contesta con palabras.

Sé que el puro título de esta nota hará que muchos “la dejen en visto”. Y es que tal vez dirán “ahí va otra vez el Ciudadano de a Pie con sus mocherías”. No puedo negar la cruz de mi parroquia, me considero un hombre de oración, aunque no oro todo lo que sé que debería de orar ni mi oración es todo lo profundo que una oración debería de ser. Pero sí me considero con la autoridad moral suficiente para decirle a usted que la oración es la debilidad de Dios y la mejor vitamina para el alma del hombre.

Por medio de la oración se reconoce la existencia de un ser supremo, adquiriendo al mismo tiempo conciencia de la propia pequeñez. Y, partiendo de esto, la oración se convierte entonces en una conexión entre creador y criatura, en la cual se venera esa supremacía y se imploran condiciones tendientes a la prosperidad y el bienestar propios. Es ya esta pura condición de saberse subordinado a una entidad superior un descanso para el alma del hombre que, al fin de cuentas, queda sobrepasado ante la grandeza de la creación y deja de sentirse solo, como simple consecuencia de una “generación espontánea” para saberse acompañado de otro más fuerte que él.

En efecto, muchos al orar decimos “Señor, lo dejó todo en tus manos” como reconociendo en nuestro interior que nuestras posibilidades no dan para más. Y para alguno que opine que eso de orar es de supersticiosos o de señoras piadosas le reto a que me asegure que nunca, absolutamente nunca, ha exclamado en algún momento las palabras “¡Dios mio!” al asombrarse ante un hecho extraordinario, difícil de creer o al sentir miedo. Pues, ¿sabe qué? Estaba usted orando, mi amigo.

Generalmente el orar aparenta ser un diálogo de una sola vía, o un monólogo, para acabar pronto. Y esto porque el ser supremo no contesta con palabras, pero sí lo hace con hechos. A veces, da lo que se le pide, tal cual. Le podemos llamar “milagro”. Otras veces da algo mejor, aunque no siempre se comprenda; generalmente se necesitan tiempo y sabiduría para ello. Y algunas otras veces está lo que podría entenderse como “oraciones sin respuesta”. Tal vez sean las más difíciles y que tientan a perder la fe pues son las que hacen sentir que “Dios nos ha abandonado”, “Dios no nos escucha” o “a Dios no le importamos”. En lo personal yo las interpreto como si Dios me dijera “todavía no”.

Cualquiera que sea su creencia, ore. Aligerará muchísimo su carga el saber que no se encuentra usted solo. Que Dios camina con usted y que incluso le carga en los momentos más difíciles de su peregrinar. Y practique el ejercicio de orar constantemente, no sólo cuando tenga alguna urgencia. El alma es también un músculo que demanda una buena rutina para fortalecerse.

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