Medicamento milagroso

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

Nuestra estabilidad emocional favorece a la salud de nuestro cuerpo.

Todavía recuerdo a los merolicos que se ponían en un coche frente a mi casa a vender sus productos milagro para aliviar toda clase de males -hasta los de amores-. Yo me fascinaba escuchándoles recitar la interminable letanía de achaques que sus productos aseguraban curar y, como mi papá era farmacéutico, llegué a convencerme de que productos como aquellos lo harían quebrar algún día. Pero fíjese usted que yo ya he encontrado una medicina que sí lo cura todo -también el mal de amores-. Se llama “familia”.

Por cuestiones circunstanciales he tenido que pasar algunas temporadas separado de mi familia y esto me ha permitido aprender a valorarla muchísimo y a apreciar cada minuto que ahora puedo pasar a su lado. Y sólo puedo decirle que, cada vez, salgo del círculo familiar con el alma renovada. Y le aseguro que el cuerpo se beneficia de eso sin lugar a dudas.

Es un hecho que nuestra estabilidad emocional favorece a la salud de nuestro cuerpo. Una persona estresada o deprimida suele tener las defensas bajas, quedando expuesto a todo tipo de enfermedades con un sistema inmunológico seriamente comprometido. Por el contrario, una persona estable y, digámoslo en términos simples, “feliz”, es una persona menos propensa a enfermarse y, cuando se enferma, no lo hace de gravedad y su convalecencia es más rápida.

Y es que el medicamento de la familia contiene un ingrediente poderosísimo: se llama “amor”. Y el amor en la familia es sincero porque sus miembros se pueden mostrar entre ellos tal cual son, sin máscaras ni prejuicios, con todas sus imperfecciones y, a pesar de los desacuerdos naturales de una convivencia en la que comparten techo varias personalidades distintas, se percibe como fluye el anhelo de servirse, comprenderse, tolerarse y apoyarse. Las alegrías y tristezas son platos que se sirven en la mesa común y todos se comparten, pero serán siempre los tragos dulces los que dejen el último sabor de boca cuando se beben del mismo vaso.

Sólo hay que recordar que ya que hay que consumirlo con frecuencia, para que no se termine uno mismo debe de rellenar el envase haciendo su aportación de paciencia, sacrificio y resignación, con el fin de que los otros puedan tomar su dosis diaria. Todos los miembros de la familia deben de consumirlo y aportarle, cada uno según su madurez; habrá ocasiones en las que unos tendrán que tomar un poco más y, quizás, aportar un poco menos, pero siempre se regresará al equilibrio.

Este medicamento no tiene fecha de caducidad. Mientras prevalezca la unión de sus miembros, podrá seguirse consumiendo gota a gota, cucharada a cucharada y, ¿sabe usted algo más? ¡No tiene mal sabor! Por el contrario, al consumirlo se dará usted cuenta de lo dulce y delicioso que es. ¿Ya tomó su dosis del día de hoy?

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