Luz

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

Íconos como un foco, por ejemplo, son señales de que se tuvo una buena idea –“se me prendió el foco” dicen-, o una mano con una antorcha es indicador de lucha, de poder.

¿Cómo se siente usted cuando corre las persianas de su habitación al despertar por la mañana luego de una confortable noche de descanso? ¿Por qué lo hace, para empezar? Para que entre la luz, ¿no es así? Y dígame si ¿no se siente profundamente agradecido con Dios al ver la luz de un nuevo día, por otra oportunidad para salir a ganarse la vida para usted y para sus seres queridos? Así es. Ese proceso que ya en automático hacemos de abrirle paso a la luz es porque en el fondo nuestra alma pide a gritos salir de la obscuridad en la que el desconectarnos de todo durante algunas horas por medio del sueño la ha sumergido un tanto. Abrir los ojos no es suficiente, se necesita un baño de naturaleza, “salpicarnos” la cara con unos cuantos rayos de sol.

Existen centros urbanos en los que, por las características de sus climas más bien nublados y fríos -por lo menos durante gran parte del año- sus habitantes sólo conocen el color gris en sus distintas tonalidades. Se habla de que predominan en ellos padecimientos tales como la depresión y que a veces estas condiciones son la causa de un considerable número de suicidios. Yo creo que, por supuesto, todo está relacionado a las pocas oportunidades que tienen de ver la luz del sol en todo su esplendor.

El libro del Génesis en la Sagrada Escritura establece que Dios, en la creación, “…vio que la luz era buena y separó la luz de las tinieblas”. Y es que hasta la obscuridad está más bien relacionada con el crimen, el pecado, la sucesión de actos que siempre es preferible ocultar ante los ojos y las conciencias de los demás, ¿o no?

Íconos como un foco, por ejemplo, son señales de que se tuvo una buena idea –“se me prendió el foco” dicen-, o una mano con una antorcha es indicador de lucha, de poder. No es difícil por ello deducir que, en las comunidades primitivas de seres humanos, quienes poseían el fuego eran considerados poderosos pues tenían la capacidad de convertir en luz la obscuridad casi como sólo el sol lo hacía. La obscuridad nos doblega produciéndonos temor, incertidumbre, tristeza, depresión… También por eso es común utilizar analogías como “se trata de un alma obscura” o “está como sumido en las tinieblas”.

La ceguera es un padecimiento que en ciertas culturas llegó a ser considerada como una maldición. Y es que no es difícil imaginar lo dura que debe de ser la vida para aquellos que la padecen. Y también, cuando se cae en el razonamiento de determinada situación es común decir “ahora lo veo todo claramente”.

Cada ser humano estamos llamados a ser la luz de alguien más. “Iluminar” con nuestras palabras, compañía y gestos las vidas de otros que necesitan de esa luz para salir adelante. Sea usted hoy esa luz para alguien más.

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