La vida en un instante

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

A veces parpadeamos y lo que antes estaba ahora no lo está; a veces creemos tener el control de algo y de pronto lo perdemos sin saber por qué.

Recuerdo haber escuchado que “es mejor perder un instante en la vida que la vida en un instante”. Y es que, aunque el tiempo es un absoluto, a veces parecería que se vuelve tan relativo cuando ocurren determinados sucesos que a veces decimos “es que sucedió demasiado rápido” o, por el contrario, “no veo la hora de que esto termine”.

El jueves pasado fui testigo de un accidente automovilístico en el cual, por conducir a exceso de velocidad, el conductor perdió el control del vehículo y, afortunadamente, un árbol detuvo su incierto rumbo en medio de un camellón. De no haber estado ese árbol ahí su trayectoria lo habría llevado a agravar los resultados del accidente al ir a encontrarse con los vehículos que venían en contraflujo. Afortunadamente eso no pasó. Lo que sí pasó fue que ambos ocupantes de la unidad en cuestión salieron disparados al no llevar puesto el cinturón de seguridad. A los dos los subieron a la ambulancia con vida y espero que así sigan.

Al día siguiente, comentando aquello con un compañero de trabajo, me dijo: “yo venía por la avenida cuando ese vehículo se me atravesó por enfrente girando descontrolado; un segundo que yo hubiera ido adelante y sin duda habríamos colisionado”.

A veces parpadeamos y lo que antes estaba ahora no lo está; a veces creemos tener el control de algo y de pronto lo perdemos sin saber por qué. A veces tomamos decisiones tan estúpidas de las que ni bien acaban de darse todas las consecuencias y ya nos estamos arrepintiendo. El curso de la historia podría ser tan diferente si acontecimientos casi instantáneos no hubiesen sucedido y así funciona también con nuestra historia personal: hasta el más mínimo acto suele desencadenar escenarios distintos. Claro que es imposible tener todo bajo control. En ocasiones reaccionamos por instinto; en otras, por distracción; y hay veces que podemos dar marcha atrás y otras en las que sólo nos queda asumir las consecuencias.

Reflexionar al respecto nos lleva a cosas: la primera, ser más conscientes con respecto a las decisiones que tomamos hasta en el más mínimo detalle. Podrían cambiar nuestra vida o la de aquellos a quienes amamos. Y no me refiero solamente a que si nos llegamos a distraer podemos ocasionar un accidente que comprometa nuestra vida o la de aquellos que nos acompañan sino que muchas veces una palabra, un gesto o un hecho determinado, por muy insignificante que parezca, podría tener efectos trascendentales en otras personas.

Y, lo segundo, darnos cuenta de lo vulnerables que somos y de cómo no todo lo tenemos siempre bajo control. Y aquí es donde yo le invito a desterrar esa arrogancia que nos mal aconseja y nos hace sentir infalibles y todopoderosos. Las reglas del juego cambian constantemente y se nos puede ir la vida en un instante.

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