Justo juez

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

La crítica a otros es una constante en nuestras vidas. Es casi como un modus vivendi de la convivencia humana.

El justo juez es quien se juzga a sí mismo. ¿Por qué siempre hemos de apresurarnos en juzgar el comportamiento de otros y demoramos tanto y tanto la urgentísima necesidad de juzgar el propio? El hecho de que nos consideremos en condición de juzgar lo que otros hacen no es sino reflejo de la terrible arrogancia que proviene del hecho de considerarnos superiores a ellos lo cual, sin duda, sólo evidencia lo mezquinos que podemos llegar a ser.

La crítica a otros es una constante en nuestras vidas. Es casi como un modus vivendi de la convivencia humana. Y que ‘el que sea libre de pecado arroje la primera piedra’. No se ofenda, pero estoy seguro de que usted que está leyendo esto lo ha hecho, es más, es muy probable que lo haya hecho hace cinco minutos o que lo esté haciendo ahora que lee este texto. No lo juzgo, porque yo actúo igual, me es muy difícil evitarlo. Pero cada vez que me doy cuenta de que caigo en ese error siento lástima por mi mismo y me propongo ser un poco más autocrítico y menos juez de los demás.

No está mal corregir a los otros cuando obran mal, no a las luces de mi propio juicio, sino ante la clara evidencia del sentido común. Y más cuando se trata de aquellos que se encuentran bajo nuestra tutela, como son los hijos u otros menores en formación -el alumnado de un maestro en el salón de clases, por ejemplo-. Y es que aquí la corrección es algo que hace bien al otro. Así que ¡imagínese usted si esa corrección la aplicáramos a nuestro propio comportamiento cuando descubrimos que no fue del todo apropiado! Justo juez. El problema es aceptar que nos equivocamos ¡cómo nos cuesta!

Mire, voy a llegarle por este lado. ¿Usted cree que las personas que están en la cumbre del éxito llegaron ahí porque se la pasaban sentadas en el balcón de sus casas juzgando el comportamiento de otros? A lo mucho se dedicaron a observarlo para aprender y aplicar las nociones adquiridas a sus planes de éxito, pero eso sí le puedo asegurar, fueron totalmente autocríticos y se reinventaron una y otra vez y mire usted lo que lograron. Y esa es la idea que trato de venderle: dejemos de perder el tiempo en darle vuelo a la amargura de nuestras almas juzgando a los demás y convirtamos esa energía en un ejercicio duro y constante por identificar nuestros propios errores y cambiar de rumbo: “Conócete, acéptate y supérate”. Quede claro que el “acéptate” no significa “resígnate” o “justifícate” sino más bien “entiende que tienes que cambiar”.

De manera que, la próxima vez que el actuar de alguien a quien ni siquiera conoce le cause un poco de escozor recuerde que usted no es “monedita de oro” y piense en algo que le conviene, por su propio bien, hacer de manera distinta.

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