In memoriam

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

Comenzaba esta reflexión con la pregunta ¿cómo quisiera ser recordado?

De cuando en cuando suelo preguntarme ¿cómo me gustaría ser recordado cuando ya no esté más por aquí? Y llego a la conclusión de que, la mayoría de las veces, actúo de la forma contraria al modo en que me gustaría ser recordado. Por supuesto que siento vergüenza al reconocerlo y más al comentárselo a usted. Pero eso es ya bueno en sí porque el primer paso que hay que dar para convertirse en alguien mejor es aceptar las propias carencias.

Por supuesto que en ocasiones se necesita ayuda. Aunque pocas veces se tiene la humildad para pedirla. Todos creemos que podemos solos pero no siempre es así. De vez en cuando es bueno sostenerse del brazo de alguien para caminar o levantarse después de caer.

Pero comenzaba esta reflexión con la pregunta ¿cómo quisiera ser recordado? Y le diré que me gustaría que, al recordarme, la gente sonriera aunque fuera por un instante. Y que, por supuesto, me gustaría que más allá de querer olvidarme, aquellos que en vida me quisieron se aferren siempre a la idea de recordarme con cariño, que ese hecho les lograra cierta paz y les trajera a su memoria los momentos felices que conmigo compartieron y no quizás los sinsabores que les hice pasar.

Debo de reconocer que tal vez no esté dejando detrás mío obras evidentes que le hagan más fácil tenerme presente a los que se quedarán cuando yo me vaya. Otra vez vuelvo a apostarle a los gratos momentos que hayamos podido compartir juntos para trascender en ellos, en sus memorias, en sus corazones.

También desearía que, al acordarse de mí, las personas volvieran su vista al cielo y le dirigieran al Creador una plegaria por mí. Es decir, que me recordaran como un hombre de Dios y me pusieran en sus manos.

Francamente no quisiera que me recordaran como alguien que solo vino a robarles el aire a los otros. Quisiera que mi memoria se perpetuara entre aquellos a quienes la vida me regaló la fortuna de conocer como un hombre de bien. No perfecto, porque nadie lo somos, pero sí como alguien que buscaba en todo la perfección, no como obsesión, sino como un modo de tratar de encontrar a Dios -el único perfecto- en todo y en todos.

En suma, y debo de aceptarlo aunque quizás sea muy pretencioso de mi parte, pero quisiera que al recordarme más de alguno derramara una lágrima por mí, porque ya no estoy más. Porque considero que no hay regalo más precioso que un ser humano pueda otorgarle a otro que eso, una lágrima que refleja el dolor de dejar un vacío que no podrá nunca llenarse con nada ni con nadie.

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