Fiducia supplicans II

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

Le hacía ver a usted que la declaración fue sacada de contexto por quienes consideran un triunfo lo que para ellos es ver que la Iglesia Católica cede a sus demandas y pretensiones.

La semana pasada comentaba con usted con respecto a la declaración “Fiducia Supplicans” publicada en diciembre pasado por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe del Vaticano. Es un tema que da para horas y horas de conversación -y de discusión, ¿por qué no?-. Y es por eso que me permito regresar un poco a reflexionar sobre el tema.

Le hacía ver a usted que la declaración fue sacada de contexto por quienes promueven el libertinaje sexual desordenado y que ni siquiera practican la religión pero que consideran un triunfo lo que para ellos es ver que la Iglesia Católica cede a sus demandas y pretensiones. “Dobla las manitas” en términos coloquiales. También le hice ver que no es así y le invité a juzgarlo por sí mismo leyendo un par de documentos al respecto.

Hoy quiero abordar este análisis desde el verdadero enfoque de esa declaración el cual me parece uno de los más nobles y bellos que se nos haya dado desde el seno de nuestra madre Iglesia. Jesús vino a liberarnos de las cadenas del pecado. Del obrar en contra del bien y del amor. En ese sentido todos tendemos hacia lo que se desvía de ese camino, se dice que nuestra naturaleza se encuentra “herida por el pecado” y que, luego entonces, todos somos pecadores. Y con esta declaración lo que se pretende es recordar a todos los pastores de la Iglesia Universal lo mucho que necesitamos de su bendición para sobrellevar esa condición imperfecta con ánimos de irla superando poco a poco en lo que se considera un ejercicio constante de búsqueda de la santidad.

Son palabras profundas pero reales. Un verdadero cristiano es lo que pretende, no más, no menos, pues su búsqueda del camino hacia la vida eterna, hacia el cielo, no es otra cosa que eso, la elección de un estilo de vida intachable, es decir, santo. Y entonces surge necesariamente el hablar de las personas que viven en situaciones irregulares y se considera aquí de forma especial a las parejas que conviven en condiciones de homosexualidad y a los divorciados que quieren rehacer sus vidas con otras personas -de las cuales por cierto no se ha hecho mayor comentario-.

Digo que es bello porque la Iglesia les recuerda a sus pastores que todos merecemos la oportunidad de ser mejores y necesitamos de la ayuda de Dios por medio de su bendición para lograrlo. Pero lo primero es que exista de forma genuina el deseo de una conversión si no desde ahí estamos mal. Quien se acerca a Dios con la actitud humilde de reconocer su propia imperfección siempre le encontrará con los brazos abiertos y el semblante de amor con que, como dice el Evangelio de su encuentro con el joven rico, “le miró y le amó”.

Jesucristo mismo lo dijo: “no son los sanos los que necesitan al médico sino los enfermos”.

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