Envilecimiento

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

Esta es una historia llena de egoísmo, soberbia y rencor. Como muchas que se escriben todos los días, en todas partes y a todas horas.

En Perú, una mujer destruyó ladrillo a ladrillo su casa antes que entregársela a su suegro a quien la justicia de aquel país le adjudicó la propiedad que su nuera construyó durante años junto con su marido, quien tiempo atrás la abandonó para probar suerte por un camino diferente. Según las notas que se han vertido al respecto, la principal causa de que se haya fallado en favor del suegro es que éste era el legítimo propietario del terreno donde se edificó la construcción. De manera que, la mujer, al verse despojada legalmente de lo suyo prefirió derrumbarlo antes que cederlo.

Una historia llena de egoísmo, soberbia y rencor. Como muchas que se escriben todos los días, en todas partes y a todas horas.

Hace apenas una semana reflexionaba con usted en este espacio sobre las buenas noticias que suceden y que no atraen nuestra atención, quizás, como ésta. Y es que sigo convencido de que el corazón humano fue diseñado por su Creador para hacer cosas buenas, para trazar la belleza, para construir. Pero está claro que también puede obrar en contrario y gestar el mal, hacer daño y destruir y, para muestra, este botón.

No encuentro ningún fallo lógico en todo este actuar. Ni del suegro en reclamar aquella propiedad, ni de la justicia en concedérsela, ni, incluso, de la mujer. Lo que sí encuentro es, como ya le observaba, un montón de antivalores que aderezan el caldo de un brebaje mortal que todos se bebieron hasta la última gota: el envilecimiento. Y es que el mal así obra: comienza con una justificación lógica o congruente con la realidad, sigue con un “¿por qué a mi?” y poco a poco se va expandiendo como un cáncer maligno envenenando toda la sangre del ser hasta teniéndolo actuando de formas tan absurdas que ya la misma razón no termina por comprender. Así que, no le extrañe a usted que este no sea el final de la historia.

Primero, un hombre quien, después de construir junto a su mujer una familia -y una propiedad- agarra y se va, así sin más. Se le acabó el amor, o se lampareó con otro, quién sabe. Quizás hubo alguna situación adversa que lo doblegó, pero el caso es que se le acabaron las fuerzas, el amor por sí mismo le ganó al amor por su familia. Otro hombre que quiso decir “esto es mío y no importa a quién se lo quite o lo que le pase, venga para acá”. Y al final una mujer que se aferra al tan destructivo “si no ha de ser mío pues que no sea de nadie más, a reducirlo a cenizas”. No importa todo lo que ella misma tuvo que sacrificar durante años para levantarlo: tiempo y dinero. Se acabó en cosa de horas.

¿Qué concluye usted? ¿Qué deja el mal a su paso?

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