Egos

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

Creo que las personas, aunque luzcamos canas en nuestros cabellos y arrugas en nuestros rostros, nunca dejamos del todo de lado al niño pequeño que fuimos.

Creo que las personas, aunque luzcamos canas en nuestros cabellos y arrugas en nuestros rostros, nunca dejamos del todo de lado al niño pequeño que fuimos. Y en mayor o menor medida la inseguridad de ese niño pequeño aflora en las manifestaciones de nuestra conducta. 

Generalmente lo hace para defender nuestro ego, el cual se ve amenazado por el de otros, que resulta ser más impositivo que el propio, o por la simple indiferencia de a quienes ni le vamos ni le venimos y lo cual resulta horrorizarnos. Así es, a más de uno le parece abominable el pasar desapercibido sin que los demás se percaten si quiera de su existencia.

Al pensar en el “ego” se nos vienen a la mente varios términos, entre ellos: “amor propio”, “autoestima”, “egoísmo” y, quizás, “ególatra”. La Real Academia Española define al “ego” como el “exceso de autoestima”. No voy a discutir contra ella, por supuesto, pero para mi la palabra “ego” es simplemente la definición del “yo”. Es el conjunto de atributos de lo que YO soy, resultado de la ecuación: lo que fui al nacer, más lo que he venido aprendiendo desde entonces de mi entorno, más lo que aspiro llegar a ser o aquello en lo que quisiera convertirme algún día.

Ciertamente el término “ego” tiene una inclinación hacia lo negativo, precisamente hacia los conceptos de “ególatra” y “egoísmo”. Porque cuando nos toca toparnos con un presumido solemos decir “mira, ese tiene un ego del tamaño del mundo”. Y, aunque en ocasiones se tiene razón al pensar así, también suele suceder que se permite el asomo  de otro sentimiento negativo conocido como “envidia” y que no es sino la consecuencia de ver nuestro ego lastimado por el de otro. Así de simple.

Pues bien, podríamos considerar que el ego es aquello que se aloja como dentro de un cofre que es ese niño pequeño que continúa habitando en cada uno. Es ese niño pequeño quien lo defiende ante las amenazas externas sin evitar el mostrar su naturaleza infantil en aquellas reacciones.

Constantemente, en mis conversaciones con otras personas, me doy cuenta de cómo todos luchamos por demostrar el acierto que tuvimos o la discusión que ganamos o como fuimos más astutos e inteligentes que otros: “entonces yo le dije que las cosas se tenían que hacer de determinada manera”… “Terminó por pedirme disculpas”… “¿Viste cómo lo dejé callado?”… Aunque la mayoría de las veces esto no sea así. Pero el caso es que nuestro niño sale a tratar de demostrar que su “yo” se encuentra intacto tras la batalla.

Si comprendiéramos un poco más cómo funcionamos lograríamos ser más empáticos en nuestro trato con otros y, no sé, creo que se podría lograr mucha mayor armonía en las relaciones interpersonales. Después de todo, somos como un montón de niños disfrazados de adulto jugando a ser tales.

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