Reminiscencias de papá

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Le gustaba lo que aprendía en la escuela, en particular la declamación, el teatro y el canto.

Al Sr. Juan Meléndez Contreras (QEPD), mi padre.

Él recordaba haber encontrado satisfacción, cada vez que su maestra le preparaba en declamar una poesía para alguna fiesta, celebrando una fecha cívica o conmemoración histórica.

De igual forma aceptaba recibir el libreto para actuar en escenificaciones teatrales. Tenía buena memoria y disfrutaba ensayar con la asesoría de la profesora, pero también lo hacía en casa, por decisión personal. Su hermana Manuela era el auditorio y quien valoraba con observaciones, calificaba, corregía, criticaba, valoraba para que mejorara su ejecución.

Eventualmente ensayaba en solitario, cuando andaba por el monte pastoreando las cabras. Allá practicaba soltando su voz a todo pulmón y en ocasiones, trepado sobre las piedras del potrero o en la orilla del barranco de algún arroyo profundo deleitándose con el eco.

Le gustaba lo que aprendía en la escuela, en particular la declamación, el teatro y el canto. Desafortunadamente sólo podría cursar hasta el tercer grado de Primaria.

Grande fue su alegría cuando se enteró que “La Profe” reunió a los Padres de familia para pedirles que siguieran mandando a sus hijos en el siguiente ciclo escolar, en premio a que esa generación había sido una de las mejores; niños aplicados, cumplidos, respetuosos, trabajadores. Daría clases correspondientes al cuarto grado por su cuenta, porque no había más maestros en la localidad. Acudirían por la tarde sin que ella recibiera sueldo adicional por parte de la Secretaría de Educación.

Los tutores acordaron retribuir la generosidad de la docente, haciendo aportaciones en especie, conforme a sus posibilidades: una pequeña porción de maíz, frijol o trigo, un queso, huevos de gallina, “cócona”, codorniz, requesón, un trozo de carne de cabra, venado, provisión de leña o realizar faenas complementarias en la parcela escolar.

Juan creció y tuvo que incorporarse a las labores familiares, se preocupaba pues era inagotable su avidez por aprender. En casa había pocos libros. “De un sorbo” leyó La Historia Sagrada, que contenía biografía de personajes virtuosos, otras versiones del nacimiento de Jesús, la infancia de la Virgen María, y San José.

Repasó un ejemplar de “Historia del mundo”, con hallazgos paleontológicos, evolución de plantas, geología y astronomía.

En pocos meses aprendió de memoria el libro de las Pastorelas que su padre había copiado a mano de otro. Ahí se sintió más pleno porque participó en ellas realizando la actuación de varios personajes como el Ángel, el Ermitaño “Bartolo”, el Chamuco, narrador…

Cuando participó en el Comisariado ejidal de inmediato estudió la legislación vigente, como el Código Agrario, la Constitución del País. Fueron herramientas imprescindibles para tener un desempeño eficiente en el cargo.

A falta de interlocutores con quienes discutir o analizar sus ideas, meditaba mientras pastoreaba su ganado, hacía leña, tallaba lechuguilla, ordeñaba sus vacas, parveaba frijol, pizcaba o desgranaba maíz. Era común verlo cantar a voz en cuello o pasar largos periodos en silencio, reflexionando. Fue asiduo lector el resto de su vida, así aprendió a cultivar la inteligencia.

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