Reconociendo talentos

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

¿Qué otras virtudes tenían sus condiscípulos? Habría que descubrirlas.

Dedicado con afecto al amigo Hilario Briones Montejano.

Los acordes invadían el pasillo de entrada de la escuela y mientras se acercaba al salón de clases, sus oídos recibían el grato sonido de una guitarra, evocando las tardes o noches en casa de la abuela, cuando sus tíos ensayaban melodías con el violín, la guitarra y el bajo sexto. Ahora lo novedoso era el contexto tan distinto.

El silencio del entorno maximizaba el volumen y se complementó con una voz femenina. Mientras la escuchaba, aproximábase al aula para reconocer quién tocaba y quién cantaba.

Llegar media hora antes de la entrada a clases era una costumbre, motivada por los encuentros de futbolito contra sus compañeros de tercer grado, quienes aguerridos siempre aceptaban el reto y en ocasiones hasta metían más goles.

Esta vez la cancha estaba vacía. Quizá porque era temprano, pensó, pretendiendo encontrar explicación a tan peculiar circunstancia.

Curioso entró para saber quiénes eran los intérpretes de aquella canción de moda. Su compañero Hilario estaba sentado encima del pupitre con los pies sobre el asiento y encima de su pierna flexionada apoyaba una hermosa guitarra, a la cual arrancaba un conjunto de notas al repasar las cuerdas con la púa colocada en el dedo pulgar derecho, acompañando el canto de Antonia. ¿Desde cuándo había artistas musicales en su grupo?

Terminó la canción y la aún pequeña concurrencia aplaudía entusiasmada. Mientras se ponían de acuerdo sobre el titulo de la siguiente canción a interpretar, asumiendo una actitud de suficiencia (mejor dicho, de presunción), el muchacho apretaba las clavijas para tender o aflojar las cuerdas buscando la afinación. El sorprendido niño había visto realizar esa acción a los músicos de su familia, todos adultos. ¿Cómo fue que su compañero de generación, de apenas 10 años de edad tenía esas habilidades? Tiempo después se enteró que su papá y Jorge su hermano mayor eran buenos músicos.

Siguieron tocando y cantando, atendiendo solicitudes de sus amigos, complaciendo las peticiones de sus compañeras, preferentemente.

Conforme se acercaba la hora del inicio de las clases aumentó el público y en cierto momento otros escolares se apretujaron por las ventanas a escuchar.

¿Qué otras virtudes tenían sus condiscípulos? Le gustaba descubrirlas.

Andrés era goleador, el “defecto” de sus pies abiertos le daba facilidad para eludir a los adversarios pasando el balón con la parte interna de un lado a otro, con formidables quiebres de cintura; Nicolás buen portero por su temeraria actitud; Marina era la niña de los dieces. Gerardo, el niño inteligente. Margarito el conocedor de frutas; Dora y Bertha, especialistas en flores; Ismael, el  “aventado” que sabía relacionarse con seguridad y confianza con alumnos, maestras y maestros. Alejandra, buena para rezar; Elvira, pintaba bonito; Maricela, la cumplida; Lola, la excelente brincadora de cuerda; Cecilio, “la nobleza andando”.

Las diversas cualidades existentes en sus compañeros, representaban una riqueza cultural particular, misma que le colocaba en circunstancias favorables para la adquisición de significativos aprendizajes.

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