Oportunidad fortuita

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Cuando quieres superarte, tu esfuerzo logra colocarte en el lugar correcto.

A Cecilia Trejo Meléndez, con admiración y afecto.

Al contemplar las envolventes nubes por entre las cuales pasaba el avión con destino a Venezuela, luego la inmensidad del mar y difusa la línea del horizonte, así como el paisaje verde muy abajo, a más de cinco mil pies, fue inevitable recordar cuando vivía con su familia, en lo remoto del semidesierto.

Allá quedaron vivencias duras, en un ambiente de grandes limitaciones materiales desde que su papá quedó desempleado con el cierre de la mina. Había grandes dificultades para subsistir de la agricultura por lo esporádico de las lluvias. En la primavera hasta tenían problema para conseguir agua potable en las norias de la comunidad.

Ese medio agreste templó su personalidad, motivó anhelos y sueños. Algún día podría hacer algo para que su familia tuviera una mejor situación de vida.

¿Qué futuro podía haber en aquel lugar que la vio nacer? Después de concluir los estudios de Primaria hubo que dedicarse al hogar como cualquier adolescente de su edad. Quizá le dio temor ver algunas de sus congéneres contraer matrimonio y reproducir el mismo modelo de vida.

Por alguna razón emocional fue sensible en aquilatar el gran peso que representa ser la hija mayor, ver cómo crecían sus siete hermanos con un porvenir incierto.

Titubeó un poco cuando le dijeron que en la tienda del tío Carlos había una señora, hermana de un acaudalado minero, empresario y de buen corazón, quien se encargaba también de dar empleo en la región. Buscaba a una joven para que le ayudara en las labores domésticas, en su residencia de la capital coahuilense.

“Es ahora o nunca”, pensó la quinceañera y aceptó el empleo. Con tan buena fortuna que su patrona la colocó en posición de su entera confianza. Tanto cumplía roles ordinarios, como ser Ama de llaves, asistente personal. Esa emoatía nació a partir del conocimiento de su origen, su formación valoral adquirida de sus padres y demás familiares.

Debía ahorrar hasta el último centavo de su sueldo para mandar a su mamá. Trabajó intensamente por años. Jamás dio lugar a sentimentalismos. Otra en lugar suyo hubiera derramado lágrimas, entrado en depresión por la congoja de sentirse lejos. En ella fue más fuerte el deseo de ayudar a sus hermanos menores, a sus padres, sacrificando su deseo de verlos con frecuencia, se organizaba para visitarlos cada seis meses. Su llegada multiplicaba la alegría de la casa y abrió brecha para sus hermanos menores.

Fueron mudándose a aquella ciudad prometedora en donde radican actualmente, cumpliéndose la inocente añoranza.

Consiguió recibir un trato especial de parte de su empleadora, quien, correspondiendo a su laboriosidad, generosamente llegó a invitarla a viajar por el país y en esta ocasión hacia sudamérica.

En ella se materializó esa pretensión que miles de muchachas del medio rural tienen para sí y los suyos: un mejor nivel de vida en donde puedan existir oportunidades de superación cultural, social y económica.

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