Ocultarse de la maestra

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Los alumnos pueden tener situaciones que no son óptimas para su desarrollo escolar.

A Isidoro y Filiberto Bartolo Gallegos, con admiración y afecto.

Lo difícil era pasar desapercibido a la hora de revisar la tarea. El temor a ser descubierto, exhibido y acreedor a otro fuerte regaño de la maestra de matemáticas, lo mantenía en vilo, porque esta vez tampoco había cumplido.

Cursaba la instrucción Secundaria en una escuela particular. Por alguna razón desconocida para él, ahí los inscribió su padre, un obrero empleado en la mina de la localidad, cuyo sueldo apenas alcanzaba para el sostenimiento básico de la familia.

El ingreso familiar se fortalecía ayudando al abuelito Longino en la fragua y selección de minerales que llevaba a casa en su actividad de gambusino. Aunque vivían en una huerta, el área de cultivo de claveles y otras flores era pequeña.

El sol se asomaba tarde y oscurecía temprano, porque el entorno montañoso reducía el arco del trayecto solar, haciendo los días más cortos que en otras latitudes despejadas de serranías. Por ello su vivienda recibía pocos rayos del astro rey.

La vida transcurría alegre y les mantenía ocupados. Era grato vivir en el cerro, en contacto con la naturaleza. Aquel medio ambiente frío generado por la humedad, la presencia rocosa y los grandes espacios con sombra constituía su pequeño y confortable mundo.

Para asistir a clases debían levantarse a las seis de la mañana para alcanzar almorzar unos frijoles con chile, café, tortillas y en sus mejores épocas papas con masita, pero varias veces se iban sin probar alimento, salvo que en la pasada por entre los magueyes, provistos de una lata, movían la piedra con la que se cubría la oquedad del centro para beber un poco de aguamiel, luego caminar casi tres kilómetros para llegar a la escuela.

Aunque en la infancia las horas son muy largas, los días muy extensos, además de que las cosas y las personas parecen gigantes, parecían no rendir mucho los minutos porque, particularmente en otoño e invierno la luz solar terminaba un poco después de las cinco de la tarde.

Cuando la maestra Cruz requería la tarea asignada con algunos ejercicios de lo visto en clase, el muchacho se agachaba un poco pretendiendo ocultarse, quería pasar desapercibido porque no la había hecho. ¡Cuánta ingenuidad! Los ojos alertas de la maestra lo descubrían y había que aguantar la amonestación en público. A veces la actitud afable del estudiante inhibía el impulso de la llamada de atención.

El adolescente siempre estaba atento a la clase, de buen comportamiento, tenía empeño en sus labores, pero tuvieron que pasar décadas para animarse a expresar la razón por la cual era incumplido con trabajos extraescolares: al oscurecer del día, en casa se iluminaban con una vela de parafina. En primavera y verano podía hacer todo, pero en las otras dos estaciones aquella vela parecía consumirse más rápido.

Es importante conocer el contexto y las situaciones en que viven los alumnos, para dar una mejor atención a los pupilos.

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