Ningún paso hacia atrás

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

El objetivo no lo perdió, una vez decidido a ser docente, aprendió, dio clases y después estudió.

Al Mtro J. Refugio Murillo Mariscal, con profunda admiración, respeto y afecto.

Sin recibir sueldo alguno, carente de formación profesional ya desempeñaba funciones docentes, había llegado a cumplir su sueño, pero debía llenar el vacío formativo y por ello, dos años después, entusiasmado asistía al Instituto de Formación y Capacitación del Magisterio hasta lograr titularse.

Los años pasan rápido, comenta sabiamente celebrando su cumpleaños ochenta. “Rebobina” con satisfacción y orgullo más de cuatro décadas en la docencia atendiendo grupos, dirigiendo equipos, gestionando construcción de planteles, trabajando para la comunidad, …

“Los hombres se forjan solos” expresó el papá de Cuco, aquel viejo adagio en el que creía ciegamente.

Poniendo manos a la obra lo montó en un caballo cierta madrugada, para que fuera a tomar la troca que lo llevaría a Guadalajara.

Él recuerda aquellos ojos grandes de su madre, a la luz de un quinqué, despidiéndolo a la orilla del río que debía cruzar para luego cabalgar algunas horas y llegar a tiempo de  subirse a la camioneta pasajera, la cual partía a las 7 de la mañana.

Un día antes su padre le ordenó dejar lo que estaba haciendo para que se fuera a dormir, porque tendría que levantarse muy temprano. Estaba decidido a que su muchacho fuera profesionista.

El chico apenas tenía doce años de edad, había concluido la instrucción Primaria y la única posibilidad de estudiar era inscribiéndose en el internado de Jalisquillo, Nayarit.

En la familia no había dinero para tener aspiraciones tan altas, pero lograron conseguir doscientos pesos, con lo cual solamente podría cubrir el gasto de transporte en viaje de ida.

Bajo la camisa llevaba su certificado de estudios y el acta de nacimiento. No los necesitó porque después de múltiples peripecias encontró el lugar, pero la instalación estaba cerrada y custodiada por elementos del ejército nacional.

Por el momento sólo consideró la necesidad de sobrevivir. Recordaba con añoranza los frijoles y las tortillas que había allá lejos, en su casa materna. Pero no debía dar marcha atrás. Se fue al mercado a ayudar a las personas con sus bolsas de despensa y el noble corazón de los mercantes le daba monedas en agradecimiento.

Seis meses después mandaron por él, al enterarse que no estudiaba. El sabor del fracaso era desagradable, traumático, pero también él había decidido ser profesor. Eso era lo verdaderamente importante. No sabía cómo podría resolverse la problemática intermedia, pero la meta estaba ahí enfrente suyo, clara, nítida, esperándolo.

Había sido un alumno excelente. Cuando su profe de sexto grado se enteró de que estaba en la comunidad ocupado en las faenas del campo, habló con el papá para que le ayudara en la escuela, como auxiliar.

Hay personajes a quienes se les erigen monumentos en bronce o mármol para reconocer su aportación a la Patria. Él, como muchos otros, cincela el propio, constituido por acciones ejemplares, dejando una huella indeleble y significativa en decenas de generaciones de niñas, niños y jóvenes zacatecanos.

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