Motivación por las matemáticas

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Llegarían los compradores del maíz de la cosecha de ese año, era importante está al pendiente con los productores.

Al maestro Camilo Adonai Nucamendi Albores, con reconocimiento y admiración.

Ese día hubiera preferido permanecer en casa, en vez de ir a pastorear el pequeño hato de vacas de la familia. Jamás le pareció un sacrificio andar por el breñal todo el día y todos los días que no tenía clases en la escuela. Le resultaba divertido porque las conocía todas. Además, cazaba a pedradas aves comestibles que asaba y degustaba prescindiendo de sal.  Cuidaba con esmero los becerritos que se iban incorporando a pastar con sus mamás.

Pero en esa ocasión añoró quedarse porque habría un suceso importante en el hogar: llegarían los compradores del maíz de la cosecha de ese año.

¿Había alguna razón importante, más allá de ver agradecido el pago que se haría por esa cosecha? Sí, a su corta edad conocía las triquiñuelas de esos “coyotes” para timar a los productores y quedarse con la mayor cantidad de grano pagando lo menos posible: pretender comprar “al bulto” la cosecha, es decir calculando a groso modo el número de toneladas de semilla: anotando cifras menores al pesar cada bulto de maíz; haciendo mal la suma del peso de cada costal, para poner una cantidad menor, en beneficio.

Entendía muy bien la ingratitud del medio en la producción de alimentos. Su capacidad de cálculo le decía que el número de horas-hombre de trabajo nunca era proporcional a la venta de los animales frutas o granos al esfuerzo aplicado en la obtención de un queso, por ejemplo, no correspondía al dinero recibido en la venta; preparar la tierra, adquirir la semilla para sembrar, acondicionar las acequias para el flujo de agua en la lluvia, cuidar y mantener las yuntas que tiraban del arado en el cultivo, deshierbar, tumbar, acarrear, pizcar, desgranar, almacenar, eran acciones que difícilmente verían reflejados en monedas, billetes o cheques al vender su producto.

Su papá no sabía leer ni escribir, aunque sabía contar y hacer las cuentas. Utilizaba piedritas de colores en diferentes tamaños para representar unidades, decenas, centenas o millares. Era hábil en ello, difícilmente fallaba, pero sentía que no debían correr riesgos.

Ingenió la forma de regresar temprano a pesar de la oposición que hizo el semental, un toro cebú indobrasil muy bravo.

Llegando a casa se enteró de la cantidad y coincidió con el presentimiento de su padre, que esperaba un monto mayor del recibido.

“¿Tiene las pesas?” pregunto al tutor. Él mostró el papel con los diversos registros del peso contenido en cada costal. Al verificar encontró un faltante de más de una tonelada.

Fueron a reclamar y en efecto, el comprador aceptó que había cometido un error en la operación y cubrió el faltante sin resistencia alguna.

Otros ejidatarios pidieron sus servicios de revisar sus cantidades. El reconocimiento de la comunidad lo encausó a seguir en la escuela, siendo hoy un profesor con prestigio nacional  en este país.

Es loable poner sabiduría y talento al servicio de los demás.

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