Las vacunadoras

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Era fácil reconocerles por sus visitas permanentes en los barrios, pues los periodos de aplicación se atendían durante todo el año.

A la Mtra. Reyna Sylvia Hidalgo Escamilla con reconocimiento y admiración.

Los vecinos de las colonias a visitar tenían preparados los perros para azuzarlos en su contra, aún sospecha un grupo de vacunadoras de la Universidad Autónoma de Zacatecas.
Aprendieron a eludir la agresividad de los canes, porque por cuidar el termo que debía estar en la sombra para asegurar la eficacia del biológico, el uso del paraguas como arma para ahuyentarles, era inútil.

Era fácil reconocerles por sus visitas permanentes en los barrios, pues los periodos de aplicación se atendían durante todo el año. Eran obligatorias contra la poliomielitis, difteria, tétanos y sarampión, pero en total debían ser catorce, según las disposiciones institucionales.

Identificar por su indumentaria color verde era sencillo. Nohelia portaba pulcramente su uniforme, además de maquillarse y perfumarse. “Quiero que cuando abran la puerta vean mujeres presentables, agradables tanto a la vista como al olfato, que les dé gusto vernos” decía y su ejemplo fue el mejor argumento para convencer a sus colegas.

Algunas madres se resistían a completar los esquemas de vacunación como toxoide tetánico diftérico en mujeres embarazadas y captar a los niños recién nacidos para llevar el control de las vacunas, según establecía el objetivo del programa.

Adquirieron pericia en trabajo de campo, aprendiendo los nombres de las calles, los sitios en donde vivían niños, aunque los negaran. Antes de llamar a la puerta, observaban si había ropa de bebé tendida, si el medidor de luz giraba; la entrada de la puerta denotaba presencia o ausencia humana. Llegaban directo por los datos. En caso de negativa gritaban haciendo escándalo “¡Señora, venimos a vacunar a su niño!”. Para evitar la pena abrían inmediatamente.

Otra estrategia exitosa, fue contar con el acompañamiento de los pequeños vecinos “voluntarios”. Tocaban la puerta con la consigna que debía salir la señora, de no conseguirlo, se cancelaba el ofrecimiento de una moneda como gratificación.

Se piensa en las recompensas, pero necesariamente estas son producto de la aplicación de cierto esfuerzo o del cumplimiento de obligaciones, como en caso de estas personas que trabajan apasionadamente en la prevención infantil, mediante la aplicación de vacunas a niñas/os de dos, cuatro, seis, nueve, doce meses, hasta los seis años de edad. Su trabajo ha contribuido en aumentar la esperanza de vida de las personas.

Como todas las profesiones, deberían cumplir una misión y es por ello necesaria la convicción, la vocación y el espíritu de servicio, pues los grupos vulnerables necesitan atención especial.

Los reconocimientos: disfrutar del deber cumplido y adicionalmente conocer las cualidades nobles, los valores, sencillez y manifestaciones de gratitud de la gente, porque les invitaban de manera especial a sus eventos familiares y comunitarios. Recuerdan tantas ocasiones degustando mole, arroz y otros deliciosos platillos típicos.

Fue conmovedora la ocasión en que la Enf. Sylvia vivió una experiencia significativa. Un pequeñín de apenas un año y quizá sin calor de hogar, cuando la veía le decía “mamá”, tierno e inocente.

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