“La tierra da comida”

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Cuando eres niño, el contacto con la tierra es una experiencia inigualable y multiplica las emociones en los juegos.

A Daniel Meléndez Fajardo, por su capacidad de asombro.

En particular aquel domingo era hermoso. El sol de primavera trataba con indulgencia a dos niños que unas cuantas semanas antes habían cumplido cuatro años de edad y cada que entraban a la huerta aprendían sobre el crecimiento de las plantas, cultivos y frutales, principalmente.

El contacto con la tierra en esa edad es una experiencia inigualable y multiplica las emociones en los juegos. Poco a poco se iban familiarizando con las matas de maíz, frijol, calabaza, sandía, girasol y en especial era notorio un mayor interés por ir a buscar su pequeña regadera de juguete, para regar el ajo, las cebollas, col y zanahoria. Jugar con agua, combinar la actividad con el manejo de tierra, sustituía las demás atracciones de pasatiempo, como lanzar pedradas a diversos blancos, los columpios o bicicleta.

Asesorados por los mayores, en cada visita “ayudaban” a regar las hortalizas, pero lo que en verdad resultaba emocionante era mojarse los pies y ropa “accidentalmente”.

En esa ocasión su abuelo había reservado una sorpresa al ver que las zanahorias ya estaban a punto de cosecha. Era la primera vez que había sembrado y se dio cuenta de su maduración porque observó que a varias les faltaban las hojas y el tallo, se veía cercenada la parte superior de los tubérculos, a nivel de la superficie. Podía verse un fresco y jugoso color naranja…

Se volvió a comprobar que los animales del campo son primeros en enterarse del momento propicio para ser comibles. En esta ocasión los conejos habían hecho la primera prueba.

Provistos de una cubeta con un poco de agua y una herramienta para escarbar, entraron al huerto y se les mostró el área sembrada.

Iniciaron removiendo un poco la tierra para que los niños tuvieran la satisfacción de extraer las raíces tomando por las hojas, y admirar con sorpresa el tubérculo, fue intencional la manera de limpiarlas con agua, cortar un pedazo y mostrarles que podía consumirse de inmediato. A sabiendas que les gustaba saborear esa verdura, fue parte de la gratificante experiencia.

El pequeño Daniel veía las zanahorias con ojos de asombro y semblante arrebolado. Para inquietud de los acompañantes se escuchó que decía de manera espontánea y con toda la capacidad que su cerebro parecía procesar, tomando un manojo en sus diminutos brazos dijo: “¡Comida! ¡La tierra da comida!”

¿Cuántas ideas, reflexiones y a qué velocidad sucedieron en su cabeza? ¿Cómo se procesaba la complejidad de la información que había recibido y que hoy estimulaba sus neuronas?

¿Qué descubrimiento de trascendencia estaba haciendo?.

Su reacción natural fue emprender carrera con inusual amplitud en su zancada, hacia donde estaba su mamá, a unos doscientos pasos para enseñar la novedad de la ocasión, a manera de celebración por la hazaña.

¿Recuerda usted amable lector, lectora, cuándo y a qué edad hizo algún “descubrimiento” parecido en su vida, relativo a los productos alimenticios de la tierra?

[email protected]




Más noticias

Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez

Contenido Patrocinado