La tecnología llegó a mi rancho

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

La evolución en los instrumentos para trabajar en el campo apoyan esta actividad productiva.

Dedicado a Pablo, Benito, Carlos, Francisco, (QEPD), mis tíos agricultores.

Se escuchó el tropel de los niños, echando carrera del patio de La casa grande hacia la parte de atrás, pasando por la calle que hacían las paredes de la antigua caballeriza y el salón de la escuela.

Iban dejando pequeñas nubes de polvo en su apresuramiento. Los guiaba un ruido de motor, parecido al del molino de nixtamal, pero como era media tarde, el sonido provenía de otra parte.

“Vamos al convite’ decían los mayores que iban adelante. Los pequeños de zancada corta, se miraban unos a otros… “¿Convite? ¿Qué es eso?, ¿Se come?”. No sabían el significado, pero la curiosidad los hacía seguir a los demás o quizá los perseguían porque así sucede siempre entre los niños, van tras quienes encabezan las aventuras.

Vieron un contingente de señores haciendo una pared, formados uno junto a otro, a la orilla de la besana. No dejaban ver, así que se metieron por entre las piernas de ellos y de esa manera pudieron enterarse del motivo del ruido y aglomeración de vecinos. Todos observan excépticos el trabajo que realizaba una máquina desconocida para muchos.

Encima de la marca tenía dibujado un venado, se veía bonito porque estaba dibujado en posición de correr.

En la parcela de Don Pedrito andaba una especie de chapulín gigante, color verde (un verde bonito, nuevo), que aventaba el traqueteo intermitente por un tubo que iba a medio capacete, tenía dos ruedas enormes atrás, entre ellas un asiento con el chofer; adelante tenía dos ruedas mucho más pequeñas y la novedad era que estiraba un arado de dos rejas, barbechando la tierra.

Asombrado Don Pedro veía satisfecho que lo hacía con una profundidad a más del doble hacerlo con su yunta de bueyes, mejor y mucho más rápido que una mancuerna de mulas.

Había tres señores vestidos elegantemente, eran los vendedores y explicaban el funcionamiento óptimo de la herramienta.

Un golpe de fortuna le permitió adquirir esa máquina e implementos como la sembradora-cultivadora, rastra desmoronadora de terrones para tierras duras, una pala para hacer bordos y hasta una desgranadora para maíz.

Mientras con bestias de tiro se barbechaba una hectárea en una semana, con el tractor se hacía el mismo trabajo en una hora; en construir un bordo para retener el agua de la lluvia podían invertirse semanas entre varias personas y con esa máquina, apenas en un día; desgranar una tonelada de maíz a mano en una olotera, al menos seis días, con la desgranadora podían hacer el mismo trabajo, en medio día, dos personas.

Los señores de campo eran los más entusiasmados, al fin llegaba la tecnología para optimizar esfuerzos en incrementar las cosechas.

Parecía que se asomaban años prósperos porque otros dos vecinos adquirieron tractor. Los resultados fueron muy buenos mientras hubo temporal.

Lamentablemente la ilusión duró poco, al faltar el agua hasta el rancho quedó casi sólo, por el movimiento migratorio a las ciudades.

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