La llave del éxito

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Una tarea escolar le da acceso a la lectura de cierto libro que era complicado para su edad, pero logró leerlo.

A Saturnino Andrés, mi hermano.

Hasta cuando estaba parado frente al home, sentía el vacío como cuando se tiene una tarea pendiente de realizar.

Jugaba los fines de semana con los amigos en el lecho del arroyo por el barrio de El Cabrestante, liderados por el primo Ismael. Habían quitado las piedras grandes y desplazado la basura hacia una orilla haciendo terrero y aumentando el espacio del patio para recorrer las bases. Al realizar estas acciones, volvía a sentir el remordimiento de no estar cumpliendo con aquella encomienda encargada por su maestra de grupo escolar.

Lo peor del caso era que esa recomendación la había estado escuchando durante meses y años. Le inquietaba la deuda, se desconcentraba hasta jugando o en los paseos familiares que su padre hacía.

Pero… ¿Cómo podría cumplir aquel encargo?

Lo había tenido siempre en mente. Pero consideraba incumplible ante la falta de posibilidades y del recurso principal.

“¡Ey!, no te duermas, primo, va la bola”, le gritaba, cuando el pitcher hacía el lanzamiento. Generalmente lograba conectar, pero aquella idea perturbadora seguía ahí, mientras corría de una base a otra, intentando anotar carrera.

Un par de años atrás experimentó un poco de alivio, cuando en un pequeño estante, estaba un libro con título raro “Genoveva de Brabante”. Lo leyó en unos cuantos días, pero como con nadie comentó su lectura, quedó con dudas y sin la confirmación de que había empezado a cumplir con la encomienda.

Años después supo que su papá era asiduo a la lectura, pero desconocía en donde guardaba sus libros. A la vista y olvidado, había un libro un poco maltratado de las pastas el cual tomó. Vio el título muy largo y con una ilustración en la primera página, de una escena tal vez antigua.

Detectó que era un libro pesado, hojeó y sintió las hojas demasiado delgadas, de “papel cebolla”, pensó, la letra, demasiado pequeña, sin dibujos ¿Por qué hacían libros así?, no se antoja tomarlos.

Para su buena suerte, el foco de la habitación en la que dormía, estaba a la altura de la cabecera de la cama y casi todas las noches leía algunas páginas. Su hermano Tony, lo veía de frente y a veces se reía de él. “¿De qué te ríes?”, llegó a preguntar.

“De cómo se te mueven los ojos cuando lees, despacito hacia un lado y muy rápido de regreso”, contestaba.

“¿Está bueno lo que dice?”.

-“Más o menos”. Era cierto, algunas cosas no las entendía, pero siguió y siguió hasta terminarlo meses después.

Tuvieron que pasar los años restantes de la Primaria y tres de la Secundaria para lograr entender que la proeza fue meritoria. Si sus maestras les decían: “Lean, muchachos, en la lectura está la llave del éxito”, él iba a obedecer.

Con una mejor asesoría hubiera tenido acceso a libros más fáciles que “El ingenioso Hidalgo, Don Quijote de la Mancha”.

Hacen falta promotores de lectura.

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