Ingenua gestión

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

El profesor entraba en desesperación cuando observaba muecas de aburrimiento en los más aventajados. ¿Qué hacer para nivelar a unos y seguir avanzando con otros?

A María de Jesús Valero Santos (Doña Chita, QEPD), con reconocimiento y gratitud.

Aunque sentía la necesidad de conocer el contexto familiar de sus pequeños alumnos, de intercambiar impresiones con madres y padres de familia, no se animaba a citarlos, pues de antemano conocía sus ocupaciones. Mientras la mayoría de los papás pasaban los días en las labores del campo, tanto agrícolas como ganaderos, otros estaban ausentes por haberse ido a probar fortuna “al otro lado”.

De ordinario veía las filas de las mamás en el molino de nixtamal; cuidando sus cubetas en la columna que se formaba en la pila del agua para acarrearla a casa; ocupadas durante largo tiempo al lado de la chimenea de su cocina en actividad con las cacerolas, cuidando el jarro de los frijoles o preparando las tortillas; lavando a mano la ropa de la familia inclinadas sobre el lavadero y hasta eventualmente horneando pan en el cocedor.

Varias tutoras tenían multiplicadas las dificultades de formación de los hijos por afrontar solas esta gran responsabilidad porque los maridos se habían ido en busca de empleo a otras ciudades y a Estados Unidos principalmente. Por esa razón debían cuidar la casa, la parcela y los animales.

Esperanzado preguntaba a otros alumnos sobre los que tenían hermanas o hermanos en los grados superiores de la Primaria, para “darles la queja” o enviar comunicado a los tutores sobre la falta de empeño de sus hijos.

El profe nuevo había sido sometido a la tradicional costumbre de asignarle la atención del Primer Grado. La falta de experiencia le impedía sortear con éxito estas circunstancias.

Esforzado en asegurar que sus alumnos fueran avanzando de manera uniforme en el dominio de los contenidos académicos, implementaba acciones personalizadas a quienes se iban rezagando.

Pretendía reducir al máximo los factores que incidían en los resultados. Teóricamente sabía que los escolares tienen diversos ritmos para aprender porque algunos comprenden a la primera explicación, otros necesitaban más tiempo, refuerzos y ejercitación adicional, pero vivir estás situaciones en la realidad era más complicado.

Entraba en desesperación cuando observaba muecas de aburrimiento en los más aventajados. ¿Qué hacer para nivelar a unos y seguir avanzando con otros?

Inevitablemente dedicaba más atención en los que advertía incumplimiento de las tareas, inasistencias o retardos recurrentes y carecían de los útiles necesarios.

Ocasionalmente algunos alumnos de otros grupos curioseaban por las ventanas del salón y atestiguaban las acciones que puso en marcha el maestro.

Convencido de que madres y padres estaban ocupados en sus deberes del hogar, él no pretendía distraerlos. Localizaba a los hermanos mayores para informar de las incidencias de los pequeños.

“Pero ¿qué arregla usted con esas muchachillas?, no van a entregar el recado, mejor mandarles hablar a las mamás”. Aconsejó una alumna de sexto año.

Aquella expresión le hizo reaccionar y decidirse a molestar a las madres de esos niños, citándolas a la hora del recreo o a la salida de clases. Los resultados empezaron a ser alentadores.

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