Hierve la sangre

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

En un juego de básquetbol se calientan los ánimos, al resultar lesionado uno de los jugadores de la localidad.

A la selección básquetbol END’76: Corzo, Pelón, Colás, Chuy, Julio, Juventino, Félix.

Desconcertado y perdido en el espacio, su cara volteaba a uno y otro lado sin saber qué hacer, mientras borbotones de sangre fluían del pómulo izquierdo, producto de un frentazo recibido de un adversario al intentar alcanzar el balón de básquetbol, en un lanzamiento sin rumbo.

El partido se jugaba con intensidad y el marcador se movía poco en ventaja mínima.

Ver el golpe y la herida de Ricardo sacó de sus casillas a los simpatizantes presentes en el encuentro. Como impulsados por un resorte, se pusieron de pie… a gritos estruendosos, de manera espontánea emitieron múltiples palabras soeces hacia el infractor y al árbitro en señal de protesta.

Los que estaban en la primera fila del público incluso avanzaron a querer invadir la cancha con el coraje y la indignación en todo su ser, pero por fortuna, el maestro Manuel García Ortiz, su maestro de Educación Física y responsable del equipo conservó la serenidad. También de pie, con los brazos arriba, moviéndolos en llamado a la cordura intentaba detener el tumulto de estudiantes que intentaba irrumpir el juego.

En el área de juego, un escenario semejante sucedía: algunos compañeros de equipo increpaban al árbitro pidiendo la expulsión del agresor, otros intentaban enfrentarlo, el cual caminaba de espaldas detrás de sus compañeros que se interponían para protegerlo de la ira existente en aquel ambiente.

El herido acudió a la asistencia médica que estaba disponible en una de las líneas laterales de la cancha, junto a la mesa de anotación. Limpió la lesión, presionó sobre ella con una gasa mientras hacía algunas preguntas de ubicación para examinar la conciencia del jugador.

La porra quedó neutralizada por la presencia respetable de su profesor, los envalentonados que pretendían lavar con sangre la afrenta, fueron detenidos gradualmente por José Luis, el capitán del equipo. Juventino, el grandote, fue con el que tuvieron que aplicar mayor esfuerzo para controlar por ser de carácter impulsivo; aunque en situación ordinaria era el más noble y tranquilo pero ante cualquier ofensa a sus amistades era el primer defensor incondicional y solidario de  ellos.

El partido reanudó después del paréntesis decretado para verificar que el herido estuviera fuera de peligro. Entró luciendo un par de vendoletes en la cara, mismo que mientras para algunos representó un signo de solución y eliminación de riesgo, para otros, los de sentimientos más volubles removía la indignación e impulso de venganza.

En varios de ellos fue “la gota que derramó el vaso”, porque por ser una competencia entre escuelas y la suya apenas había iniciado hacía cuatro meses, eran los novatos, inexpertos, débiles. Estaban siendo rivales competitivos.

Es sorprendente cómo puede explotar en coraje un contingente con una acción quizá no intencionada como la de aquel encuentro. Hace aflorar actitudes incluso desconocidas para los mismos actores. Por ello debe permear la fortaleza de carácter de entrenadores, jueces, capitanes y líderes de los equipos.

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