Hacia las prácticas intensivas

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Los alumnos procuraban la mayor adversidad, buscaban las rancherías más remotas o los grupos más difíciles, porque ahí se presentaba la mejor oportunidad para aprender.

Dedicado a la maestra Soralla Rincón, Modesta Pérez y compañeras de estudios.

Sabiendo que ya solamente faltaban treinta kilómetros para llegar a su destino, los estudiantes reanimaron su optimismo al saberse próximos a descender del camión de redilas que los iba distribuyendo por las comunidades del  altiplano potosino, para cumplir con la semana intensiva en su formación docente.

Varios muchachos quisieron reclamar al operador porque partió diez minutos después de la hora programada, pero se contuvieron al ver llegar corriendo a Aurelio, a quien de último momento se le ocurrió una solución a un problema que tenía que enfrentar en su escuela de prácticas: la falta de un pizarrón para dar sus clases. Tal era el abandono que había en el plantel que visitaría.

Recordó que en el sector productivo de conejos había un pequeño pizarrón de lámina, colgado en el marco de la puerta, en donde hacían anotaciones los jefes de producción sobre las acciones relevantes para la atención del turno correspondiente.

Empezaron el camino con cupo lleno, medio centenar de normalistas de los primeros tres grados escolares, pero durante los primeros cincuenta kilómetros, habían bajado la mitad de ellos, porque las comunidades asignadas estaban a una distancia máxima de una hora a pie.

El transporte bajó del pavimento para tomar terracería, otros tantos como lo que llevaba.

Al principio las chicas se protegieron del viento y el sol con sombreros, cobijas y prendas de vestir, pero no sirvieron para proteger del polvo del camino bajo la resolana del mes de mayo, en plena temporada de sequía.

El espacio entre las tablas de la redilas filtraba generosamente aquella tierra blanquecina que uniformó el color de la piel y pelo de todos con una capa gruesa de polvo.

A los mayores parecía causarles un poco graciosa la actitud tal vez sorpresiva de los alumnos de Primer grado, pues escuchar las historias de ese tipo no era lo mismo que vivirlas.

Ahora entendían la razón de la falta de colocación de una lona sobre el techo del camión. Haberlo dejado abierto evitó sofocarse con la polvareda y el calor.

Días antes algunos habían recibido de las y los profesores titulares de las escuelas de prácticas, los temas de los contenidos académicos que abordaría con sus pupilos durante esa semana de servicio. Otros los habían recibido de los directores o supervisores escolares y algunos más, calcularon el avance del ciclo, pues no habían podido tener comunicación con los mentores de los planteles asignados. Luego recibieron las quejas de los tutores sobre las recurrentes faltas de asistencia al trabajo, de los maestros en las escuelas.

En especial para los nuevos la experiencia fue enriquecedora porque lograron comprender las razones por las cuales los de tercero procuraban la mayor adversidad, buscaban las rancherías más remotas o los grupos más difíciles, porque ahí se presentaba la mejor oportunidad para aprender.

Una de las nobles orientaciones de aquel modelo educativo era abatir el ausentismo en las comunidades rurales.

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