Excepcional invitación

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Un viaje proporciona a quien lo vive, gran cantidad de vivencias que amplían su visión de la vida.

Con enorme gratitud al estimado primo Ismael Martínez Barrientos.

Es hermosa la vista panorámica nocturna de la ciudad de Monterrey, N. L., desde Chepinque. Se dice que también lo es desde el Cerro del Obispado, pero aquella calurosa noche del mes de agosto un grupo de muchachos la contemplaba desde el cerro de la Colonia Independencia, por los años 70’s.

El más joven de 14 años recordaba lo vivido hacía un par de días antes:

“Ese muchachito no tiene remedio”, comentó el papá a la familia mientras cenaban, refiriéndose al sobrino Ismael, quien había hecho la invitación para que uno de sus hijos lo acompañara a esa gran ciudad del norte de México.

Una negativa fue la respuesta “a bote pronto”, considerando la falta de dinero para colaborar con los gastos inherentes al viaje. También se necesitaba ropa y el invitado estaba escaso de ella; tampoco las posibilidades económicas permitirían proporcionar el recurso para gastos menores.

El joven insistía, apoyado por sus papás, exponiendo las siguientes razones…

Era periodo vacacional y el pago de pasajes se reducía a la mitad del costo ordinario del boleto en el transporte foráneo y en la movilidad urbana.

Se hospedarían en casa de la prima Modesta y ahí mismo tomarían los alimentos. Solamente faltaba que el chico se trasladara de su comunidad de origen a la cabecera municipal.

El transporte de pasajeros de su rancho iba cada tercer día y en la fecha acordada “no era día de camión”.

Ante tal insistencia y argumentación irrefutable, Don Juan accedió.

“Mañana temprano se levanta, se baña y almuerza, para que espere algún vehículo que nos haga favor de llevarlo a Concepción del Oro, porque la salida a Monterrey es a las 9 de la mañana”. Informó el papá, dándole un billete de cinco pesos, quizá el único capital disponible en esos tiempos de crisis.

La emoción lo hizo despertar temprano. A las cinco de la mañana ya estaba bañándose. Después de almorzar y aún sin clarear el día, caminó hacia la carretera y por suerte a los pocos minutos de andar, pasó un vecino y lo llevó al pueblo.

Tantas cosas aprendió en ese viaje de tres días: viajar en autobús de pasajeros, disfrutar de una charla amena, admirar el paisaje, ver la dinámica de subir y bajar pasajeros en las diversas paradas, la inmensidad de la Central Camionera, sorprenderse por las multitudes de las calles de la ciudad, la celeridad con la que viven, conocer las altas temperaturas de la urbe, visitar las instalaciones tan amplias equipadas y concurridas en donde estudiaba el bachillerato su familiar, visitar a los familiares Ruiz Martínez, contemplar y localizar los lugares emblemáticos en la postal nocturna desde lo alto del cerro. Volvió a casa con numerosos recuerdos y nuevas aspiraciones.

Proporcionar un panorama más amplio de lo que es la vida, la comunidad, la comunicación, los estudios de nivel superior; probablemente esa fue la pretensión del ejemplar primo.

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