Esfuerzo fructífero

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

El trabajo y la constancia en cualquier actividad permite llegar al objetivo.

Al abuelito Pedro Meléndez Mendoza, por su gran ejemplo.

“Por acuerdo de asamblea ejidal se le retira el préstamo de casa y parcela” fue la notificación que recibió Don Pedrito. El aludido no opuso resistencia, a pesar de saber las razones inconsistentes e injustas. Solicitó instalarse en las orillas del rancho en un pequeño terreno de apenas una hectárea de extensión ubicado entre un par de pequeñas lomas, a pleno monte.

Los caciques comunitarios volvieron a manipular con su influencia y otorgaron el área a manera de burla por lo inhóspito y árido del predio.

Allá construyó un jacal con palmas y techo de sotol. Llevó a su familia y conservó las herramientas de trabajo con las que empezó a desmontar y nivelar con pequeñas terrazas para seguir con su ocupación de campesino.

Había llegado a ese rancho atraído por la noticia de que el hacendado pasaba sus tierras “a medias”: quién decidiera recibirlas en préstamo, aprovecharía la mitad de la cosecha, luego de entregar la parte convenida al dueño de ellas. El trato era menos injusto porque hasta entonces había trabajado “al tercio” en otra comunidad vecina.

Era la segunda vez que se quedaba sin parcela, pues el triunfo de la revolución permitió la formación del ejido, pero él era foráneo, su cercanía con los hacendados no fue bien visto por los vecinos, y solamente le dejaron en préstamo el solar pequeño.

Confiando en sus capacidades consiguió buenas cosechas al aprovechar la corriente de agua del arroyo en tiempo de lluvias. Aquellos codiciaron los resultados argumentando que no tenía derechos ejidales y utilizaba el agua antes que ellos, arroyo arriba.

A vuelta de año volvió a tener buena producción de maíz, frijol, calabaza y chile. Incluso pudo adquirir unas cuantas cabras que cuidó con esmero en pastizales cercanos en un hueco de hacienda. Ningún vecino podía impedir el uso de ese suelo, pues otros lo hacían sin el consentimiento de los dueños.

Después quedó a cargo de “La casa grande”, para cuidarla de los vándalos rurales y obtuvo permiso para abrir otra tierra. Pocos creían que podría hacerlo, pues era un sitio denso en maleza, arroyos y con una inclinación poco favorable a la retención de agua en las lluvias. En pocos años consiguió su propósito: tres hectáreas en donde fueron apareciendo sendas arcinas de rastrojo, más cabras, que cambió por ganado vacuno y las nuevas autoridades le dieron derecho de otras tres, convencidas de su laboriosidad y honestidad. Abrió a cultivo otra área hasta completar diez. Solamente él podía labrar esa cantidad porque contaba con las mejores yuntas, herramientas y había adquirido una carreta, ahora era solvente. Pudo comprar el casco de aquella hacienda.

Los cacicazgos se vencen con la razón y el trabajo honesto. A veces hay pocas personas solidarizadas con esas virtudes tan necesarias en el crecimiento de la sociedad, pero a pesar de ello debe seguirse haciendo un esfuerzo que dé ejemplo a los demás.

[email protected]




Más noticias

Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez

Contenido Patrocinado