Emergencia familiar

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Los accidentes en casa son comunes e impredecibles y la prevención es muy importante.

Con singular gratitud a las primas Juana (QEPD), Modesta y Chuya Mtz Barrientos.

La montaña de ropa por lavar ese sábado fue más grande que de ordinario. Había incluido manteles, las servilletas recién terminadas de bordar, más las sábanas del par de camas que tenían. Seis hijos menores de edad ensucian demasiadas prendas a diario.

Desde temprano entre ella y su esposo habían acarreado agua suficiente del estanque, llenando tinacos y cubetas disponibles.

En esa época el lavado se hacía manualmente como lo habían aprendido de las costumbres familiares. En la radio escucharon que existían máquinas para limpiar la ropa en grandes cantidades y tiempo récord, pero ahí ni suministro eléctrico tenían.

Los blanqueadores industriales estaban lejanos a las posibilidades económicas de la mayor parte de las amas de casa, particularmente en el medio rural. Por ello recolectaban “calabacilla loca” conocida como calabacilla de monte (Cucurbita lundelliana), que crece de manera silvestre principalmente en las áreas agrícolas. Las partían y ponían a hervir, mezclándolas con jabón de pastilla.

Con el enorme montón junto al lavadero de madera, procedió a dar la primera tallada poniendo especial atención a los puños y cuellos de camisas y blusas.

Sobre la chimenea colocó una cubeta del número 18, con jabón para hervirlo. La flama de la leña casi de había extinguido, solo se veían las relucientes brasas en la penumbra de aquel rincón de la sencilla y pequeña cocina.

El niño estaba sentado, absorto en la contemplación del rescoldo… briznas de diminutos puntos incandescentes bailoteaban entre las brasas, quizá al impulso de algún ligero viento de su mismo aliento llegaba hasta ellas.

Entró la mamá para retirar el recipiente de la lumbre, como estaba más pesado de lo previsto, aplicó un menor esfuerzo del necesario y el filo inferior de la cubeta topó con la orilla de la parrilla vertiendo el líquido hirviente bañando sus pies y los zapatos del niño. Como andaba descalza, no tuvo protección. Asustado el niño, por acto reflejo rápidamente se puso de pie dejando la silla para su mamá que entre una nube de vapor (al contacto del jabón caliente y el piso de tierra), emitió un alarido por el dolor, que alcanzaron a escuchar la abuela y las tías.

Presurosas y asustadas llegaron a ver qué sucedía. Lo que siguió está borroso en la penumbra de los años transcurridos de aquel doloroso accidente.

Las semanas subsiguientes estuvieron turnándose las primas Juana, Modesta y Chuya, para auxiliar en la atención de los hijos que por su edad eran dependientes de la atención materna.

Casi a diario veía parte de las curaciones que le hacían los familiares: batían clara de huevo y colocaban la fresca espuma en los pies y piernas de la afligida madre. En dos eternos meses llegó la salud con tan buena fortuna que la piel se regeneró en su totalidad.

En el tema de la prevención de siniestros en el hogar, hay una agenda abundante y pendiente por abordar.

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